CALUROSA TEMPESTAD
CALUROSA
TEMPESTAD
Tomado de: SUEÑOS PARA
UN BUEN DORMIR
El sabor grisáceo de
la tarde avisa que una gran tempestad los abastecerá de lluvias. La mujer entrega a su pequeña la muñeca de
trapo mientras le ofrece a su hijo el buque azul de otra infancia para
disimular el miedo que despierta el rugido del trueno.
Pronto oscurece y la
madre se sumerge en el aire que empaña los vidrios de las altas ventanas,
cociendo los retazos de tela, hilando... hilando.
La plancha tibia aún
permanece sobre la mesa y un fuerte relámpago se dibuja sobre el enchufe y en
un acto ligero clava la aguja en el tubo de hilo, se quita el dedal y corre en
busca de sus pequeños, a los que encuentra detrás de la silla de mimbre;
temerosos y aferrados a sus juguetes.
El relámpago
chispeante se dibuja en las paredes, la madre finge estar tranquila, les tiende
sus brazos, los apacigua un poco y los lleva hasta su nido, abriga sus cuerpos
indefensos, pone a calentar el agua y prepara los teteros entonando una bella
canción de cuna.
El granizo golpea la
puerta del corredor principal y cubre el antejardín, la voz del trueno se ha
ido hacia la montaña de nuevo, pero el frío se hospeda en el hogar.
La mujer se pone la
ruana, se desnuda las manos y los brazos, dejando caer una gota del blanco
líquido en su mano izquierda para probar su calor, las hojas de cidrón dejan
escapar su olor y tibieza. Las blancas
piernas se desplazan por toda la habitación y dejan ver un poco aquella vena
várice que se ha formado con los años, desde la época de la cosecha, mece la
cuna y los niños toman las botellas y las sostienen con fuerza antes de beber.
Los perros se
inquietan, alcanza a escuchar un intenso quejido, pero ella no deja de tararear
las canciones que su padre le cantaba, mientras su madre batía el chocolate
años atrás; ahora ella lo hace para apaciguar los lamentos. Luego se pone las medias blancas hasta las
rodillas, pues el frío le ha hinchado los pies.
Camina de aquí para allá y después de alimentar a sus hijos, los deja a
medio dormir, pero antes de apagar la luz voltea los espejos para no atraer los
yayos.
El frío se hace cada
vez más intenso, los lobos se acercan y con sus aullidos intentan quebrantar la
paz, la madre no desespera y abre la página de su memoria para contar un
cuento, pero poco a poco su boca se va cerrando, parece desandar las calles de
la ensoñación.
Entre relámpagos y
gruesas gotas de agua, alguien empuja la puerta y camina hasta la
habitación. El jornalero se quita el
sombrero, descarga el hacha, se seca con una toalla y como siempre ocurre en
días de invierno, mira a su mujer descansando con los ojos cerrados y con sus
hijos al lado, en la silla mecedora. No
sabe si duerme o solo reposa.
El hombre se cambia
las botas empantanadas por un par de zapatos cómodos, se dirige hacia ella, le
corre el cabello, le da un beso en la mejilla y con una suave caricia la
despierta... sólo quiere resguardase con sus hijos en el rincón de una
costurera.
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