Aparte de: VECINDARIOS.

Venimos acostumbrados al frenetismo de una ciudad caótica, condenados al desespero por culpa de nuestro inusitado entendimiento, abatidos por los rencores, las trampas de la razón y el desconcierto, seguimos ahí, de pie frente al despropósito de la existencia en el término de la muerte, no hacemos nada para auxiliar los lagos, los árboles condenados a la tala de sus entrañables días; pasamos contando en la camándula los minutos interminables de nuestros encierros y cesamos ante la risa y las conexiones con lo ilimitado, esta gran amante que es la naturaleza, este ser  inconfundible y etéreo que es el cosmos, ignoramos al artista que vive en las cumbres de la nada y del todo, que ha dibujado en las planicies de la perfección mundos acogibles y dignos de toda alabanza y lo peor,  a veces nos negamos el placer de ser mejores cada día y luchar incansablemente.

¿Qué ha pasado que el olvido nos visita y las palabras pierden su valor? Cuando hace tanta falta hablar, cantar y aún lamentarse por el frío o el sofoco, ya nada importa.  Descubrimos seres que bailan al son de la desidia y los edificios se vienen abajo, las almas que se forjaban dentro y fuera de las columnas se han mudado, ahora los corredores se ven más desolados que antes, todos se están yendo, los de siempre y los que hasta hace poco llegaban;  la patria se está quedando sola y no quiero pensar si hay o no hay remedio.


Nací  en un valle inmenso, donde el cielo es posible como en otras tierras gracias a los sueños de muchos hombres que aún aman y persisten en su locura.  Hombres almados, aliados a las tormentas y los aullidos de los perros salvajes, hombres que se embriagan con el olor del rocío, el eucalipto y el cidrón, hombres  de piel eclipsada por las andanzas y cazadores de ilusiones; seres que recuperan el valor de la utopía.
Sólo me resta decir que a pesar de todo, el pasaje cotidiano y sencillo hace que se desborde mi adultez y sea profundamente niña, mi piel se eriza y me doblego ante el mundo y sus riquezas.

Sólo me resta decir que a pesar de todo, el pasaje cotidiano y sencillo hace que se desborde mi adultez y sea profundamente niña, mi piel se eriza y me doblego ante el mundo y sus riquezas.










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