POCOS DE: A MANERA DE INVITACIÓN
La
palabra es un milagro y poderla pronunciar es la reivindicación del hombre con la historia y la vida, esta
última entendida como ese breve espacio de tiempo que tenemos para recrear las
figuras y los encuentros.
Deletrear pasajes, hurgar en la memoria, caminar
entre destellos de luz, emular los cantos de las aves y nacer con cada aurora,
es una forma de reconocernos como navegantes en este gran mar de posibilidades;
de esta manera, surge la idea de decir o repetir las cosas que volaron hacia
otros tiempos y sin embargo se extrañan.
El
ser humano muchas veces es sorprendido por una ola de desmesura y visiones que
le otorga la vida como muestra de aceptación; así es como en algunas personas
se siembra la idea de escribir una historia donde se recojan en una sola voz,
todos los sentires, pesares y pensares, de ahí que cuando leemos, nos estemos untando de placeres ajenos,
misterios de otras tierras y caudales infinitos.
Para
que el planeta sea tranquilamente habitado es necesario que todo ser humano se
sienta testigo de cada movimiento instantáneo o eterno; asimismo se haría
acreedor de un espacio en la historia del mundo.
Encontramos
testigos en cada esquina, seres que se aprenden de memoria los pasos del
desorden, la decadencia, los amores, los haberes perdidos, los sueños y las
fachadas del mendigo, la mujer que sale y entra, el hombre que deambula por un
territorio desconocido; seres de
diferentes tallas, aciertos y desaciertos que se unen para engrandecer la
existencia. Cuando abrimos un libro,
hacemos un homenaje a los menesteres cotidianos y a quienes se renuevan en
ellos. Siempre que leemos estamos
recordando testimonios, por esto insisto en la lectura como camino de retorno y
elevación del alma.
Ahora
puedo decir con seguridad que la literatura es la posibilidad de trascender el
conocimiento que por muchas situaciones no hemos podido abarcar, es la aproximación al juego de las palabras,
las historias de vida y los acontecimientos del individuo dentro de una
colectividad. El encanto de la
literatura reside entonces en la unión de los testimonios y en la capacidad
para atestiguar.
Vivir
la literatura es una acción que nos une y nos acerca más a la tierra y a los
sabores del mundo circundante, sin límites ni medidas. Realizando este acto de fe, es como sembramos
en nuestros niños y jóvenes el amor por las letras que ruedan por los cabellos
de los libros como si quisieran ser peinadas.
Para hablar de proezas y amantes, tenemos que contar con este tiempo que
el hombre desconoce y sin embargo es poco, pero si existe el deseo es
maravilloso traspasar el horizonte, no importa que nos incorpore por completo y
es cuando procedemos a transportar nuestras batallas y hazañas en el maletín
donde llevamos puesto el corazón, hasta llegar al lugar de siempre; allí
fácilmente, nos acomodamos y con una voz suave y sutil, emprendemos el viaje
hacia lo latente, lo oculto, lo insólito y elementalmente mágico, despertando
así la curiosidad y el encanto de unos seres que sólo quieren palmotear la
historia.
En
medio de este abrazo infinito, el escritor predice la muerte, el poeta nos
desfigura con sus versos hasta caer rendidos y nos envuelve en su manto
arrullador. Es inevitable ignorar este olor gratificante que se riega por los
aires de un amanecer a principios de siglo.
La idea de volver atrás, recitar viejos poemas junto al café y
embriagarnos de música, es tal vez la reafirmación de nuestras remotas y nuevas
compañías.
No
podemos desconocer el perfume del encanto y renunciar a las frases que se
juntan bajo un árbol de dudas y alegrías.
Es oportuno enderezar nuestra mirada y volver a las hadas, los duendes,
los hombres de la selva y de los montes hombres que se posan junto a las
ventanas, princesas de tiempos lejanos que visitan nuestros cuartos y príncipes
que vienen con los labios frescos para besar la tarde.
Todo
es posible porque desde pequeños y por siempre hemos sabido de las manzanas,
los cabellos dorados, las noches tormentosas, los espejos que hablan, los seres
del bosque y las zapatillas luminosas.
Es hora de recobrar el mejor sabor, las mieles de la niñez, el
maravillarse sin miedo, sin que sea tarde.
Este,
amigo mío, es un llamado a la lectura de pasajes hasta ahora irreconocidos,
abandonados abruptamente en hojas sueltas y olvidadas, revivir los encuentros
de otros días, pintar de nuevo castillos y explorar mares, vestir los trajes
con lentejuelas y canutillos, morder aquella manzana y quedar dormidos sobre la
estepa.
No
hay que alterar el brillo original de las estrellas, cegando los ojos ligeros
de nuestros niños y jóvenes para evitar que aprecien la profundidad del
universo, negando al mismo tiempo la caricia de una buena lectura, un libro
profético o una historia fructífera, para así enriquecer la experiencia humana. Es el momento para abrirnos y crear discursos
de amor y lúdica para nuestros pequeños
y audaces lectores y entre tanto, se hagan mejores seres humanos.
Esta
es una invitación al disfrute de lo poco, de lo mucho, de los cuentos que
abogan por nuevos capítulos de un libro abierto y ponderoso, lleno de sabiduría
y expresión creativa; una invitación a
la exploración de nuevos lenguajes conforme a los deseos de nuevas y antiguas
generaciones.
Releamos
esta historia de guerreros, defensores de la tierra prometida, bienhechores,
sembradores constantes y granjeros en el campo de las palabras, que con sus
manos grandes, virtuosas y llenas de alfabetos dan a luz frescos cantares, hombres y mujeres que se deshacen entre
lenguas, versos y enigmas para secundar sus acciones y mudanzas.
El
primer paso es creer, ser amigos de los libros para formar niños y jóvenes
amigos de la lectura y recrearnos en el devenir de la historia, disfrutando del
espacio y el tiempo. Cuando descubramos
el trasfondo en cada ofrenda guardada entre líneas y vivenciemos la palabra
como obra y regalo para unir culturas alienadas y paraísos extraviados,
nuestros niños creerán lo que decimos.
De
otra parte, es necesario que en el mundo se rediseñen los senderos que conducen
hacia la libertad, comprender que nuestros muchachos desde muy pequeños, hacen
una lectura de su historia personal y la de sus primeros amores; retoñan a
pasos agigantados y participan de un juego que se traza desde la invención de
normas, placeres y añoranzas, hasta la formación de criterios frente a la
sociedad y la saciedad. Todo esto hace
que se hagan merecedores de un patrimonio universal. Niños que llegan a la escuela haciendo una
interpretación de los acontecimientos y cataclismos que deambulan frente a sus
ojos y sin embargo, son tratados como si no supieran deletrear los sueños que
desde pequeños han arrullado.
Abrazamos pequeños seres que se interrogan y reclaman un momento para la divergencia, el diálogo y la ensoñación; jóvenes que hacen una lectura clara de los hechos y el azar. Llegan a nuestros colegios niños visionarios, futuristas y grandes lectores. Vienen a nosotros pequeños que han leído en el cuaderno de la desazón, el abandono, el hambre, la soledad y el rencor, en los cuales se ha escrito la miseria de algunos hombres, el olvido y el desconocimiento de su sangre. Son estas lecturas las que debemos tener en cuenta antes de abrir otros libros.
Tomado de: A MANERA DE INVITACIÓN
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