SUEÑOS, CAMINANTES Y DESTINOS (BUSCADORES DE SECRETOS)





A la hora de las tinieblas, el canto de la 
ocarina devoraba el rugido entrañable del bosque,
la fragancia proveniente del pino verde se detenía 
entre arpas y guitarras.

la neblina y en el centro una canasta llena de 
fresas y duraznos aguardaba un caluroso ritual.

Los hombres revivían los lamentos célticos 
inundados de notas provenientes de largas trompetas; recordando al poeta que enaltecía la mano 
del héroe en cada batalla, en tiempos remotos.

Toda melodía vertía sus encantos sobre aquella
tela, sobre los hilos que se unían para acunar 
frutas, copas y brazos dispuestos para el encuentro.

Para los caminantes era posible tejer pedazos 
de canciones una y otra vez sin importar su origen,
forma o etnia; conjurando así una leve estadía y 
hacer que la cena fuera menos efímera y quedara 
tallada en los múltiples vestidos.  Era así 
como la música se deslizaba entre múltiples 
sensaciones, para pincelar el inalterable brillo
del beso jubiloso.

Junto al mantel que entapizaba la pradera, 
el sándalo se esfumaba haciendo alarde de su 
levedad, la leña crujía y el bálsamo se 
extendía sobre el granizo que aún se conservaba 
tímido entre las pequeñas y desvalidas hojas 
de un naranjo.

Alrededor de la mesa se gestaba un baile anunciando 
el momento para la comunión, las danzas aplacaban 
el miedo y fortalecían el fuego que ardía como 
símbolo de pureza y poder.

Después de enunciar cantos de alabanza los hombres 
se despojaban de sus túnicas y sandalias, ungiendo 
sus cuerpos con el ámbar sagrado, dispuestos a 
beber el vino, pero antes entrelazaban sus manos 
elevando la oración de la unidad a los espíritus 
protectores para que su bendición cobijara toda 
la estepa.  Nacía el ritual del alimento.

Esta vez el elegido tomaba las frutas del canasto 
y servía el vino en viejas conchas de mar, ofrecía 
a cada uno el alimento justo, que con las manos 
limpias los hombres tomaban.  

Se nutrían de mieles saboreando lentamente
la esencia de elementales  porciones de 
naturaleza, incorporándolas a su vida entrañable.

Cuando por fin las manos se habían enjuagado con el 
líquido proveniente de la jarra, se vestían de nuevo 
atando los lazos a sus cinturas y calzando sus pies.  
Doblaban el mantel, recogían el canasto vacío, 
apagaban la hoguera, levantaban la jarra y partían 
hacia otro lugar.  Después de una larga caminata, 
algún árbol les brindaría de nuevo una sombra para 
dormir y así seguirían buscando el secreto del buen 
rey, el mismo que ocultó tras las montañas 
días antes de partir.


Tomado de. SUEÑOS PARA UN BUEN DORMIR




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