LA VOZ QUE LE ARRANCÓ LOS OJOS
Despertó al amanecer y descubrió
que todo estaba
más oscuro que de costumbre, se
frotó los ojos,
miró de nuevo alrededor pero todo
seguía oscuro,
así que se levantó despacio de su
cama,
pisó el suelo helado, caminó con
cuidado por toda
la habitación pero nada cambiaba aún.
Quiso mirar tras la ventana, todo
continuaba oscuro.
La negritud se había tomado el tiempo
y la geografía
de su gran mansión.
Tocó su cuerpo lentamente, lo
recorrió con sus dedos
y las palmas de sus manos
explorando como otras veces,
cada espacio de su
fisonomía. Nombró extremidades,
entradas y salidas, miembros,
órganos, músculos y
huesos, así comenzaba a recordar
cada forma,
antes ya había deambulado por sus
propios caminos.
La luz del sol ya debería romper
la mañana,
así que comenzó a buscar la
salida de aquel lugar,
recorrió cada pasadizo y de la
misma forma como
tanteó su ajado cuerpo, examinó
cada pared mientras
descubría en ellas su
inmensidad. Aún si ver pudo
reconocer cada pedazo de cemento
y el olor que lo
identificaba, la pintura, el
ladrillo amarillo y
las flores que había cortado la
noche anterior,
pues su permanencia eterna en
aquel recinto era
suficiente para conocer la piedra
y la tierra contenida
en aquella estructura, las
texturas y los aromas.
Siempre disfrutaba saboreando
cada baldosa que pisaba.
Aquella noche no le fue difícil
reconstruir la profundidad
de otros tiempos, pero seguía
inquieto y desesperado
por no descifrar aquel misterio.
Atravesó las ramas de su jardín,
la antesala, el comedor,
la cocina y los pantanos
descolorios, pero todo dormía;
no existía el gesto tenue de una
luz que quebrantara aquel
profundo silencio.
Volvió a su alcoba, buscó su
lámpara de noche y la encendió,
pero nada era diferente. La tristeza le empañó
los ojos y rodaron unas cuantas
lágrimas por su cara.
Por un momento recordó el lugar
donde nacía la música
y quiso vestirse ella, así que
caminó hasta la mesa y
dejó que las notas rodaran por su
cuerpo esperando que
naciera la luz.
Caminó nuevamente pero esta vez
hacia el espejo,
se dirigió al tocador palpando
cada retoño de cal,
quiso verse reflejado, sin
embargo no pudo hacerlo
aunque con su imaginación se
lograra dibujar;
el hechizo se hacía más fuerte.
Esta vez pensó sí merecía la
oscuridad que se entretejía
bajo su piel y después de un rato
de silencio dirigió
sus ojos hacia la cama y aunque
no viera nada, logró ubicar
el punto fijo de donde se había
levantado.
Ahora lo recordaba todo, respiró
con lentitud,
se acostó de nuevo y
descansó. Había abandonado
su mirada en un largo y ancho
sueño con forma de mujer.
Era comprensible, sus ojos se
habían quedado atascados en
sus brazos y huían siguiendo la
huella de la sirena que
invadía su vida nocturna.
Oscuro no era el día, sus ojos
estaban por ahí ocupados,
quién sabe dónde, depositados tal
vez en el pecho de una mujer.
Tomado de: SUEÑOS PARA UN BUEN
DORMIR
Claudia Patricia Arbeláez Henao
Colombia
... Depositados tal vez en el pecho de una mujer.
ResponderEliminarQue final!
Lindo como una cancion
Gracias Hilario Esteban, es una bendición contar con tu presencia. Hasta pronto. Nos leemos.
EliminarClaudia, esto que has escrito es hermoso y conmovedor. Me ha gustado mucho tu relato. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias Balbina, es un honor para mí, que pienses así. Bendiciones.
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