SUEÑO BLANCO




Sobre la gran montaña rodaban extensos y floridos jardines.
La doncella corría como nunca buscando algo que por 
cosas de la vida, había perdido aún sin conocer; de 
repente se encontró en un pueblo deshabitado, 
las puertas  y  ventanas eran coloridas; 
puertas y ventanas que no conducían a ninguna parte 
pero que al abrirlas dejaban advertir el cielo, 
las nubes y toda la quietud que habitaba en las alturas 
y siempre estaban acompañadas de pájaros, frutas y 
árboles muy verdes que brotaban del azul celeste. 

Desde allí se divisaba una delgada pero larga 
carretera que cruzaba el pueblo. Esta vez el cielo y 
el frondoso verde eran uno solo.

Después de abrir y pasar por la puerta más grande, 
la mujer caminó hasta encontrar un corredor inmenso 
donde apuntaban con intensidad los rayos del sol.  
Desde allí  alcanzó a ver un hombre desnudo, su piel
amarilleaba al compás de los punzantes rayos, 
sus huesos se dejaban asomar, no tenía cabello 
y estaba sujeto al silencio; había mucha tranquilidad 
en su alma y en el alma de la soñadora.

El hombre, sin hablar, le indicó un camino a seguir 
sobre la gran montaña, allí encontraría un jardín 
colgante y una fuente transparente que pasaba quebrando 
a su vez, la montaña y por supuesto, el cielo.  
Caminó entonces hasta el lugar indicado, encontrando 
muchos libros cubriendo el verde pastizal.  
De uno de ellos nacía de nuevo un rayo de luz, las letras 
apenas se veían dispuestas sobre algunas hojas sin ser 
descifradas, pero alcanzaba a reconocer el amor y la 
naturaleza en lo más hondo.  Todo era palpable y nítido, 
el agua bajaba suavemente como una cascada que se precipita 
ante un abismo, el hombre sin saber cómo, estaba allí, estaba 
en todas partes, no hablaba y la mujer  respiraba un poco más 
profundo que otras veces.

Tomado de: SUEÑOS PARA UN BUEN DORMIR
Claudia Patricia Arbeláez Henao
Colombia




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