Miedo. (Aluna y el colibrí)
MIEDO
Temo que se esfume
esta memoria
de universo diseminado.
Temo al abandono
de los versos indefinidos que migran cada noche
a la ausencia de los soles en mi cara,
a las voces multiformes que
se toman el promontorio
donde se esconden las
consciencias
que aún permanecen esclavas
del tiempo no vivido.
Temo a los hallazgos en la pileta
que descansa en medio de la plaza
y ven caer deseos desde el vacío incomprendido
envueltos en monedas y lágrimas cristalizadas,
temo a los pedregones y estoraques donde se esconden
las penurias de los espíritus más vulnerables,
a los sones envenenados con sus pesares
a los nubarrones llenos de
misterios
y a los reclamos de la tierra incinerada.
Temo a las canciones quebradizas
a los guijarros llenos de sangres que se fugan
cuando se retuercen los cuerpos mutantes,
temo a los galeones que vigilan desde la distancia
los acantilados donde permanecen sueltas
las manecillas del reloj.
Tengo miedo de la mar cuando se silencia
de los jueces de dolores ajenos
miedo a la risa que se planta entre la llovizna
cuando no conoce de ausencias,
a las emociones que se anudan invisibles
a lo largo y ancho de la garganta,
a los seres oscuros que pasan el día llenado páginas
con desagravios y ruinas.
Miedo a los estragos de los amores pulsantes
que quedaron en el olvido
a los sentimientos de hojalata y a los
dolores acurrucados
más allá de la neblina
a los cataclismos que no hayan un fin
a las emboscadas infalibles de los recuerdos
a los espejuelos que revelan las turbaciones del bravío.
a las calles anegadas que gritan el olvido
al eco perturbador de tus lamentos
a los fangos que se levantan entre las manos
y renuncian a la caricia,
a los papiros tambaleantes que cuelgan indecisos
cerca a la persiana
porque llevan el secreto que no quiero conocer
y presiento.
Tantos miedos tan pronto, en esta hora imprecisa
que desconozco un aliento de alegría fija en mi espalda
será la brisa que me trae tantas memorias
el dolor de la tarde arrastrado por la arena
o las imágenes en el álbum de la vida que me urge beber.
Serán los hielos que llegaron hace poco de madrugada
los susurros sorpresivos al pie de mi puerta
o los lirios de media noche que hablan cuando llega la
calma.
Serán los años que me sorprenden
la cercana vejez
las tardes frente al jardín que me hablan de lo poco que
queda
o la inmensidad de las olas que me arrastran cuando a su
lado me
tienen.
Buscaré un nuevo lugar para salvaguardar
los gratos momentos como obligaban las palenqueras
cuando me hablaban de amor aquella mañana,
me desligaré del ruido que
carcome
y me descubriré en los días
que me quedan,
recuperaré la voz del pilón
donde se maceraba el paso de los abuelos
no haré promesas ni las pediré
me haré peregrina, empaparé mi
piel con nuevas miradas
atraeré la memoria del canoero
que se alimenta de los relatos
al pasar las aguas que distan
de los fulgores rivereños
y los haré míos a pesar de la distancia.
Ya no renunciaré a las imágenes de otros ojos
las abrazaré con los míos aunque sean prestadas
miraré los tulipanes de colores sobre la nieve en tierras lejanas
los ríos llenos de pétalos de flor de cerezo
al otro lado de mi mundo
y dejaré que me cuentes cómo son los paisajes que aún no visito.
Me desharé de los amores apelmazados
redescubriré el paso del sol que se filtra
entre los árboles
me consagraré al aroma impreciso de la poesía como canto espiritual
y volveré a las cosas del alma.
Tomado de Aluna y el colibrí
Claudia Patricia Arbeláez Henao
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