El rey que tenía una pata de palo
Hace muchos años vivió en un
hermoso pueblo un rey de una inmensa nobleza y simpatía y aunque contaba con el
respeto y el amor de su pueblo, era muy desdichado.
Cuenta la historia que cuando
era pequeño, su padre lo envió a un espeso bosque para refugiarlo de las
temibles guerras que tuvo que librar, pero como era tan valiente en los juegos
infantiles, pensó que podía serlo al lado de los soldados del reino y al cabo
de unos años, salió de la pequeña casa donde vivía con un par de ancianos y
después de mucho caminar, se unió a las grandes batallas guardando por
supuesto, su identidad. Pero por más que
trató, todos supieron que era el hijo del gran y viejo rey, pues, aunque tenía
alma de guerrero no poseía la fiereza propia de aquellos hombres.
Muy a su pesar, el rey cedió a
las súplicas de su hijo, el cual poco a poco se transformaba en un joven
apuesto y leal al reino; sin embargo, tuvo muchas heridas, enfermó en muchas
oportunidades y hasta se dice que muchas veces quedó tendido en los campos
sangrientos y en una guerra al que su padre lo envió bajo su petición, perdió
una de sus piernas.
Pasaron muchas batallas, el aire
de la guerra cobraba sentido para el pueblo, ya que los soldados al mando del
rey peleaban por las tierras que gentes de otras tierras querían poseer. El rey velaba por el bienestar de todos y de
esta forma se iba quedando como un sello en la memoria de su hijo.
Pasaron muchos años y poco a poco
el pueblo recobraba la tranquilidad tan anhelada, las tierras eran cosechadas y
daban buenos frutos, pero la salud del rey se quebrantaba, ya los años y las
luchas abrían caminos en su cara, así que en un gesto de cordura quiso enseñar
algunas cosas a su seguro heredero; su hijo. Juntos pasaban días, tardes y
noches hablando de lo que sería un reino liderado por un hombre joven ahora que
los viejos años y los viejos mandos se irían con él.
Fue entonces cuando un día de
agosto, mientras los niños jugaban con grandes mantas de un fino y suave papel
hecho por artesanos de la región y con ellos, coloridos pañuelos danzando tras
el viento, el rey padre murió sentado en su jardín, donde acostumbraba tomar
calurosas aguas frutales propias de cada época y mirar apaciblemente el vuelo
de los pájaros que se posaban en el pasto mientras él les daba de comer.
Aquel día las trompetas sonaron
a las cuatro de la tarde sin parar hasta que la noche se dejó asomar. El cortejo fúnebre como el todo buen rey
estuvo acompañado no solo por la corte real, sino por la multitud de personas
de aquel pueblo y de otros que también habían conocido su gran generosidad.
El hijo del rey ahora debía
tomar el puesto que su padre había dejado para él y sin perder un minuto más de
tiempo, vistió su nuevo traje y se sentó en la silla real. Aunque estaba muy triste, se armó del valor
que lo caracterizaba y junto al cadáver de su padre, así habló:
─Padre, ahora que has partido hacia el
trono del único rey y merecedor de toda alabanza, te pido con la humildad que
me enseñaste, que vigiles mis pasos y no me dejes derrumbar. ─Tu pueblo siempre tendrá un gobierno limpio
y fuerte, de lo contrario deberé morir.
Y
desde aquel día el nuevo rey comenzó a gobernar.
Cuentan que el joven rey tenía
una larga y negra cabellera que conservaba atada con una cinta dorada, sus ojos
eran tan azules como el mar y sus mejillas rosadas, sus labios conservaban la
frescura y el color de las fresas cuando son bañadas por la lluvia, sus brazos
eran fuertes en la guerra y livianos ante el amor de una mujer, su cuerpo era
firme y frondoso como un árbol, no sólo llevaba el nombre de la realeza, sino
que era también el más bello de los jóvenes de aquel lugar.
Los primeros meses fueron
fáciles en el nuevo cargo, pues gracias a la gran labor de su padre no había
problemas y antes que él reinara, ya reinaba la paz, pero pasados unos días
comenzó a preocuparse porque existía una ley que consistía en que un rey no
podía gobernar sin una reina y que debía contraer nupcias antes de que se
cumplieran tres años en el trono.
Entonces comenzó su calvario,
aunque el joven rey se había enamorado un par de veces, sabía que era muy
difícil conquistar a una mujer que estuviera presta a darle todo el apoyo que
un gobernante necesitaba y menos lo aceptarían sabiendo que tenía una pata de
palo, como se refería a su pierna y aunque los reyes son fuertes y decididos,
éste era un hombre valiente frente a la guerra, pero también frágil y tímido,
así que llamó a sus súbditos para que lo ayudaran; además ellos eran los únicos
que conocían su secreto.
Los súbditos acudieron al primer
llamado del rey, pero debido al respeto que le profesaban, ninguno de ellos
quiso tomar parte en las opiniones que se generaban alrededor de esta
situación.
Ante la insistencia del rey, uno
de los acompañantes consideró que debía renunciar a su cargo o decir la verdad
para ver qué mujer lo aceptaría.
─ ¿Renunciar? ¿Cómo se le ocurre pensar en
semejante cosa? ¿Es que no se da cuenta
de la nobleza de nuestro rey? Él no se
merece esto.
─ ¿Entonces qué me aconsejan? ─Preguntó el
rey.
─ Creo que usted debe conquistar a la mujer
de sus sueños con los dones que le dio el Señor de los cielos, Él mismo sabrá
ponerla en su camino; eso sí, confesando la verdad.
─
Pero ustedes saben que no puedo aspirar a una mujer normal. ─ Anotó el rey.
─ No se preocupe Señor, usted
tiene muchos valores. ─ Dijo uno de los
asistentes.
─ Es verdad Señor; usted puede tener a su
lado a una mujer que lo acepte tal y como es.
─ Pero... ¿cómo lo haré? ─ Preguntó una vez más el rey.
Y entre estas y otras preguntas
y discusiones se fueron días y tardes enteras y como era obvio, el rey no
encontró mujer alguna para que fuera su reina, pues, aunque el soberano fuera
respetado, amoroso con su pueblo, muy valiente y digno de admiración, ninguna
mejer se enamoraba de un hombre del que ya sabían en la región y pueblos
vecinos, que tenía una pata de palo.
Esto entristecía más y más al
rey y era tanta su tristeza que ni siquiera le importaba que le dijeran el rey
pate-palo. Pero un día cansado de tanta
soledad decidió casarse, aunque la mujer que viviera con él, no lo amara y
prometió a cambio del matrimonio, parte de su fortuna.
Algunos consejeros no estaban de
acuerdo con esa idea, pues comprar amistad y compañía no tenía nada que ver con
los valores que poseía su Señor, pero su tristeza era tan grande que parecía
ser la única opción. Así que los
súbditos no tuvieron más remedio que apoyarlo.
Uno de sus súbditos le aconsejó
probar suerte y elegir a su reina a través de una convocatoria, así que juntos
escribieron.
_ Yo, Rey de Vasini, Gobernador y Señor
porque así lo dispuso
mi padre y lo aceptó mi
pueblo, declaro:
Si alguna mujer de
este pueblo o de otra vecindad,
no importa su color o
raza, quisiera ser mi esposa, sin atender a ningún compromiso marital más que
el de su compañía
y buen consejo,
deberá asistir mañana mismo al salón real cuando caiga la tarde, para dar
muestra de sus habilidades y valores y así, ser elegida como esposa por mi
grupo de consejeros.
Quien sea elegida
recibirá el nombre de Reina de Vasini, sus padres recibirán una bolsa de
monedas de oro, animales para su sustento, tierras y colaboradores.
La nueva reina gozará
del respeto de su pueblo y de su esposo, a quien acompañará en sus tareas
diarias y en las salidas cuando así lo requiera.
Su rey.
Muchos hombres y mujeres
ambiciosas escucharon el comunicado y enviaron a sus hijas y hermanas al
encuentro en el salón real, muchas en contra de su voluntad, otras con deseos
de ser simplemente la reina y tener el gusto de gobernar junto al Señor de su
pueblo, otras añoraban las riquezas que tendrían junto al rey.
A la mañana siguiente llegaron
mujeres de toda la región y se acomodaron una tras otra haciendo fila,
esperando al llamado del rey de Vacini.
Pasado un rato el soberano se reunió con las mujeres y les habló de su
decisión, les contó los planes que tenía para poder elegir a la nueva reina y
las pruebas que debían pasar una a una.
Así conocería sus habilidades y fortalezas, hasta encontrar la que mejor
se desenvolviera como esposa de un gobernante.
─ La primera prueba consiste en vigilar un
frondoso árbol de manzanas que hay en el jardín real de las garras de un
temible animal nocturno e informar a mis súbditos cuando éste llegue para que
lo atrapen. ─ Dijo el rey.
Pues bien, al caer la noche el
rey abandonó a las mujeres muy cerca del árbol, protegidas por una pequeña
muralla que construyó para tal prueba pero que ellas desconocían, porque su
propósito no era ponerlas en peligro.
Estaba muy oscuro pero el brillo de las estrellas las acompañaba.
El rey se fue a dormir muy
tranquilo porque pensaba que aquella noche no sería en vano y alguna de las
mujeres daría muestra de responsabilidad y defensa de los bienes del
palacio. Pero cuál fue su sorpresa
cuando al día siguiente encontró a las mujeres tendidas en la grama y del
frondoso árbol de manzanas no quedaba sino el recuerdo.
El rey tuvo paciencia y sin
decir nada puso en conocimiento la segunda prueba.
─Hoy cocinarán para mí. ─ El mejor plato obtendrá la mejor
calificación. ─ Dijo el rey.
El gobernante sabía que no todos
los seres humanos eran perfectos y que alguna cualidad deberían tener las
mujeres y entonces las reunió en la gran cocina del palacio, entregando frutas,
granos, verduras y algunas especias traídas de tierras exóticas.
Esta vez el rey esperó en el
jardín hasta que fuera el medio día para degustar de los platos preparados por
las mujeres de Vasini y sus alrededores y llegado el momento, el paciente
hombre pidió a cada uno de sus consejeros que probara una receta diferente para
que dieran el tan esperado resultado, pero todo era peor que el primer día,
pronto tuvieron que llamar a los curanderos y médicos del pueblo para que
atendieran a los dolidos consejeros que se debatían entre el malestar y el
desencanto.
Muy triste el rey, reunió de
nuevo a las mujeres y les dio a conocer la tercera prueba. Las mujeres serían calificadas por el
conocimiento que tenían de las labores del hogar. A cada una le entregó un pedazo de tela,
hilos, tijeras y botones. El rey no
esperaba que salieran grandes costureras, pero que al menos saldrían de apuros
ante una sencilla labor en una ocasión determinada. Esto era lo que pensaban él y sus consejeros.
Pasado un rato el considerado
rey envió a uno de sus súbditos a vigilar la tarea de las mujeres y de regreso
sólo trajo malas noticias, las candidatas a reina no sabían ni pegar un botón,
habían destruido las telas, malgastado el hilo y algunas amenazaban a las otras
con las tijeras. Las agujas se
alcanzaban a ver atrancadas en una que otra mano y dedos que sangraban ante la
mirada atónita del rey.
Esto no podía ser cierto. Pero el persistente hombre no perdía sus
esperanzas, así que reunió a las mujeres a la entrada de un espeso bosque. La cuarta prueba tenía que ver con la
orientación en caso de una pérdida y a cada una le entregó una espada, un
brazalete de orientación, una linterna, agua y pan.
─Deberán llegar al otro lado del
bosque. ─Dijo el rey.
El rey tenía la certeza de que
no pasaría nada malo porque ellas eran custodiadas desde algunos lugares.
Esta vez el buen hombre esperó
al otro lado del bosque hasta que llegara la primera, tenía toda la fe puesta
en esta prueba y sabía que era la última, después de esta renunciaría sino
encontraba ninguna respuesta amable.
Pasaron los minutos y las horas,
el sol se estaba perdiendo ya en el horizonte y estaba cansado en realidad por
los días tan agotadores que había pasado de prueba en prueba. Hasta el momento las mujeres no daba muestra
de supervivencia, pero el rey pensó que era normal, ya que las mujeres de la
región no estaban acostumbradas a caminar solas por los bosques y siguió
esperando, cuando de pronto apareció uno de los soldados con una triste
noticia; las mujeres entraron en el bosque, pero poco a poco y al descubrir la
espesura, comenzaron a devolverse una tras otra, tiraron sus espadas, se
bebieron toda el agua y no guardaron pan, perdieron sus brazaletes de
orientación y salieron despavoridas y gritando y algunas aún no habían podido encontrar
la salida aunque estuvieran a un paso de ella.
El rey supo que había fracasado
junto a sus pruebas y estaba tan triste que aquella noche decidió no regresar
al palacio, caminaría un poco, al día siguiente hablaría de nuevo con sus
consejeros y esta vez se entregaría a manos de su pueblo.
La luna se hizo dueña de la
noche y el infeliz rey caminó tanto que terminó preso de la espesura del bosque
sin darse cuenta, pero cuál fue su dicha cuando vio a lo lejos una luz
proveniente tal vez de una casita en medio de los árboles y corrió hasta
encontrarla. Muy cansado y casi sin
poder respirar, el rey se acercó y tocó la puerta uno, dos y tres veces sin
obtener respuesta, así que se sentó en un viejo sillón a espera de ser
atendido.
De repente y en medio de la
oscuridad fue sorprendido por una mujer.
─ ¿A quién busca? ─ Preguntó con una voz
muy suave.
─ Perdón, en realidad no busco a nadie, he
caminado demasiado, no tengo lámpara y no puedo regresar a mi pueblo.
─ Está bien, no veo ningún problema en que
se quede por esta noche en mi casa, puede entrar y sentarse cerca del fogón de
leña para que descanse un poco y tome algo caliente.
─Gracias mujer. Y... ¿cómo te llamas?
─Soy Flor del Alba. ─ Y ¿usted?
─Bueno...Mmm. No importa, digamos que soy sólo un
caminante.
─ Pero ¿cómo se perdió?
─ Creo que le contaré mi historia para que
así pueda darme hospedaje con tranquilidad.
El rey le contó a Flor del Alba
que era el rey de Vasini y que en su afán de conseguir esposa intentó con
algunas pruebas y que por cosas que no entendía, había fracasado. Le confió su mayor deseo y le habló de su
gran tristeza por la falta de sus padres, su mamá había muerto cuando aún era
un niño y su padre había sido un gran gobernante. Finalmente le habló de su pierna.
Flor del Alba habló muy poco
aquella noche, sin embargo, le contó algunas cosas al rey.
─Vengo de una pequeña aldea llamada El
valle del Alelí. Cuando llega el verano,
recojo muchas flores aromáticas y las
vendo de pueblo en pueblo. Siembro
verduras y frutas en mi jardín. Cuando
llega el invierno, ya tengo comida suficiente para una larga temporada. Durante el día cocino y en la noche me paso
las horas tejiendo algunas prendas que en el verano vendo o cambio por objetos,
semillas u otras cosas de valor.
Aquella noche Flor del Alba
venía de visitar a un familiar que estaba enfermo y para llegar pronto a casa,
tomó el atajo y cruzo por el bosque, cosa que impresionó al gobernante después
de escucharla.
Mientras conversaban, la mujer
ofreció a su visitante una deliciosa bebida caliente, un pedazo de pan y de
queso que era lo que tenía en su despensa, una apetitosa comida para quienes
viven en las entrañas del bosque en una noche fría como aquella.
─
me gusta hornear pan de trigo y algunas veces voy de pesca ─ Añadió la
mujer. Y usted majestad, ¿qué hace a
parte de gobernar?
El rey estaba muy contento en
aquella casa, pero sabía que debía regresar muy temprano, por tanto, quería
dormir y recuperar las fuerzas, así que le dijo a la mujer que no podía
conversar más, que tal vez después cuando no fuera rey volvería para contarle
lo que hacía cuando gobernaba.
La mujer le ofreció una cama y
una cobija, cerró las puertas y las ventanas cruzando un palo para que nadie
pudiera entrar, apagó las velas y después de darse las buenas noches, cada uno
buscó su descanso.
A la mañana siguiente, cuando el
rey abrió los ojos, Flor del Alba estaba en la cocina junto al fogón de leña
esperando que el agua de canela hirviera antes que él despertara, pero el rey
ya estaba de pie junto a la puerta, admirando la belleza de aquella mujer, la
cual no había podido ver bien la noche anterior por la oscuridad que los
acompañaba.
Flor del Alba se inclinó ante el
soberano y le ofreció algo de comer antes de comenzar su extenuante
regreso. Pero el hombre que no paraba de
mirarla no comprendía bien lo que ella hacía y decía, estaba absorto. Finalmente, el rey emprendió su afanoso
viaje, pensando que debía hacer lo correcto y renunciar ya que no había
conseguido esposa, sin embargo, no dejaba de pensar en aquella mujer que le
había robado el sueño.
Al llegar a su pueblo, el
gobernante pidió a sus consejeros reunirse de inmediato para hablar de la
situación que los aquejaba y después de un caluroso saludo, los súbditos le
preguntaron al rey lo que había pasado, pues algo extraño deambulaba por la
cara su cara. Después de un rato de
silencio, el rey les habló de Flor del Alba.
Los súbditos y consejeros comprendieron lo que estaba pasando, su Señor
se había enamorado perdidamente, por eso le pidieron regresar y traer a la
mujer que sería su salvación, ya que aparte de amarla, reunía todas las
condiciones para ser una buena reina.
Al principio, el rey se opuso,
él insistía en el problema con su pierna, pero después de indicarles el camino,
los soldados fueron en busca de la mujer.
Flor del Albano comprendía lo
que estaba sucediendo, pero temiendo desobedecer al rey, se dejó llevar sin
poner resistencia. El rey de Vasini
estaba de pie tras la ventana que daba al jardín y desde allí vio llegar a su
amada en uno de los caballos reales. Su
corazón quería desprenderse tras el intento de latir y se confundía con el
galopar de los caballos.
Cuando Flor del Alba estaba
frente al rey, pudieron saludarse como viejos amigos, aunque de nuevo se
inclinó a sus pies y le demostró su afecto con unas flores que había traído
desde su casa.
El rey sin poder hablar, le
dijo:
─ Flor del Alba, que bueno que hayas
venido. No he dejado de pensar en ti ni
un solo minuto y sé que no soy digno de ti y no tengo nada que ofrecerte a
parte de joyas y vestidos, pero quisiera que fueras mi reina, la reina de este
pueblo. Daría todo lo que fuera por tu
compañía. ─ Dijo el rey.
─ Pero mi Señor, ¿de qué habla? ─ Tan solo soy una humilde campesina, no
tengo instrucciones para gobernar y menos para ser la esposa de un rey.
─ Quédate Flor del Alba, sólo te pido que
te apiades de este infortunado hombre y me acompañes cada tarde en el jardín a
recoger flores y conversar un poco.
─ Pero Señor, es poco lo que me pide, yo
te puedo dar más que mi canto; mi voz, mis palabras y mis brazos para se apoye.
─ Debo confesar que yo tampoco he dejado
de pensarlo un solo minuto, pero no me atrevo ni a mirar a los ojos Rey de mi
corazón y no tendrá que darme nada a cambio.
─ No se diga más mujer, desde hoy serás mi
esposa y reina de mi vida.
En aquel instante la
conversación fue rota por Flor del Alba que reventó en llanto, asegurando que
ella también tenía un secreto. El rey
con miedo de que se rompiera aquel momento, le expresó con la mayor dulzura, que
a él no le importaban sus secretos, porque fueran lo que fueran, nunca la
dejaría.
─ Que se haga su voluntad Señor. ─Dijo La mujer. Y añadió: ─ Quiero seguir tejiendo, traer mis
animales y todo lo que guardo en casa, también quisiera avisar a mi familia y
allegados, quisiera seguir cocinando...
─Está bien, interrumpió el rey, se hará
como tú quieras.
El rey organizó una gran fiesta
y cuando llegó el anochecer las campanas de la iglesia comenzaron a cantar y
todo el mundo participó de la esperada ceremonia y el gran festín. Flor del Alba amaba a su rey, pero tenía
miedo que fuera rechazada debido al secreto que ocultaba desde niña.
Al terminar la fiesta, el rey
condujo a su esposa a su habitación, pero ella admitió con pena que quería
compartir la suya y pasar todas las noches contemplándolo, pero que aún no
podía, pues su secreto la alejaba de su más inmenso deseo.
El paciente rey que ya otras
veces había demostrado comprensión, la tomó de los brazos y le recordó que él
también le había confiado su secreto y que los amigos sería amigos por encima
de las dificultades. Fue así como Flor
del Alba le confesó que ella también tenía una “pata de palo”.
El rey simplemente la tomó en
sus brazos y la amó por siempre.
Tomado de: CUENTOS Y OTROS ENSUEÑOS
Claudia patricia Arbeláez Henao
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