¿POR QUÉ LEO?

 



¿POR QUÉ LEO? 

Leo porque guardo la ilusión de reconocerme en una historia o un personaje y saber que nunca estuve sola, lo hago buscando con insistencia la voz del hombre que haga renacer mi esperanza cuando me siento morir. En cada línea busco la respuesta a mis dudas, a mis confusiones atrapadas en el olor del azafrán, espero en el eco una que otra palabra con la que pueda reivindicarme y sentir que no soy la única en este territorio de añoranzas musitando un sueño. Leo con la firme intención de encontrar la forma de habitar mundos de fantasía, donde pueda hacerme violeta, jazmín, sol, luna, guerrera Inca, hechicera, maga; mujer oscura, hecha de hierro, sin remordimientos y perderme en mis excesos. Leo para volcarme sin miedos, ser estrella fugaz, jugar, incorporarme y vivir aventuras a solas y con determinación, dejando que brote mi alma azul y combatiente. 

Leer me permite conocer los hechizos que me envuelven y su procedencia, me hago atemporal, vivo en universos jamás poblados y viajo a través de la historia que me antecede. Leo para conocer el contenido real de toda pócima secreta, la intensidad del aullido que proviene de la selva; leo para sentir como lo hace el volcán, la hierba, la laguna dorada y el soldado en la batalla; para hacerme corcel, tigre y abeja en un panal de cánticos, hacerme trigo, promesa y llanura tocada por el sol. Leo para beberme el olor de anís, deletrear los pasos de cada vocal y hacerme abecedario, cruzar el mar en un buque gitano que tal vez no existe;  lo hago con el firme propósito de encontrar otra que se parezca a mí, que navegue como yo entre poemas a veces destinados al olvido; una que se haga mariposa, cristal y pino como yo, una vez se abre la mañana en el campo de alelí. Entrego mis ojos por convicción y con la convicción de descubrirme escrita en un espacio y allí poder arrancar la solución a este laberinto que se levanta en mí y abrigar la esperanza antes de cerrar la última página de un libro secreto.

 

La lectura es una posibilidad de encuentro, diálogo interior, mediación y reconocimiento. Leo porque busco razones que expliquen el aliento universal, el orden y el desorden del mundo y así acercarme al otro sin miramientos. Me doy a la palabra porque cuando lo hago, soy atravesada por un alguien que escribió con su rabia, con su pasión, dolor, ilusión, pesar o amor; lo hago a través de mis ojos, pero con él ánimo de llegar a la mirada frágil de quien revuelve sus pensares y sentires entre líneas discontinuas para compartir su pena o su alegría. Leo porque, aunque hay historias que no son ciertas cobran vida en la mente de quien las crea, hasta hacerlas recuerdos certeros para quien las recorre gracias a la pluma que sueña; historias que sí nacen es porque quien las concibe en su nido, ya las ha saboreado, de tal manera que una vez leídas son historia en las pupilas de quien presta sus ojos para habitarlas.

 Leer me lleva a mundos desconocidos, no sólo por los paisajes que descubro, los rincones del universo que suelo conocer, sino por lo que siento cuando lo hago, la intensidad de las palabras que descuelgan de cada línea y se agarran de mi alma y las historias que me conmueven. Leer me da la oportunidad de soñar, abrirme al mundo inconsciente, de aleteos reales o llenos de fantasía y me conmuevo. Puedo sentir como si estuviera allí, tomando del mismo oxígeno y escuchando las mismas canciones. Me he perdido en los laberintos de la abadía una que otra vez, me he entregado al olor de los libros encerrados en la biblioteca mágica; he sentido el cálido frío en la mano del padre que no se negó la posibilidad de explorar los descubrimientos que los gitanos traían a la aldea; pude tocar el hielo. Me he hecho sangre en las historias de guerreros, me he precipitado en encantamientos, he escapado tantas veces… He pasado la noche entera en el mar con el viejo de la barba arcaica, peleando con los monstruos marinos antes de regresar al hogar, mi camino se ha hecho con trozos de vidas que no me pertenecen y sin embargo están dentro de mí. Estuve cerca resolviendo enigmas, descifrando sueños mientras el hombre colgaba de la soga en el cementerio, después de asumir el reto de dar libertad a su corazón prisionero. Cada historia que contaba el espíritu me invitaba a soñar y fue así cómo descubrí la verdad acerca del amor y la pasión que desborda el juicio en los seres de piel. 

Pasé noches enteras en el ático, escondida y en silencio a la espera de gritos agudos y dolidos, pasos marcados por el afán y el lamento de los seres que aún no ha podido llegar a casa. Me he convertido en ave, he mordido la manzana envenenada, he mirado a través del espejo desde que era una niña haciendo preguntas de dudosa estadía; he observado la mesa redonda con sus caballeros alrededor pensando en el destino de la humanidad. Estuve cerca cuando preguntaron al hombre de piel ajada cuál era su nombre verdadero y cómo los soldados vivieron a expensas de la duda por el resto de la vida, al comprender que no sabían a quién habían matado. Vi desde la terraza al pintor y a su discípulo escapar de la opresión mientras navegaban dentro, en la pintura que no cesaba de esperar. Caminé de la mano fría y blanca del retratista de sombrero alado negro, hombre de joven vocación, caricaturas y acuarelas, de mi Valle de San Nicolás al oriente de un sueño atrapado por las montañas. Eran tres esa noche, vestidos de oscuridad bajando la escalera en forma de caracol, venían buscando un lugar para beber de las horas, cada uno llevaba en su mano una copa de vino. El otro nictálope era el poeta azul, el de “una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de alas…” el tercer caminante en medio, conduciendo los pasos de estas almas, señalando con su dedo el lugar esperado para hacer un banquete de poemas y trazos, cada uno dando de su alimento en tertulias de brillos y sombras. José Asunción y Ricardo venían a mi encuentro una vez más. 

He estado en medio del amor sin detener el tiempo y avisar que en lugar de un suave vino, hay veneno, he presenciado las despedidas bañadas por el dolor, reconozco el origen de algunos pecados, he asistido a citas de dos y me he ruborizado al ver la pasión nacer entre húmedas sábanas, he llevado luto por tragedias que no pude evitar, he vivido de mil formas las historias más cortas y las que han sobrevivido a través de los siglos. Me descubro en escrituras de otros tiempos, como si alguien me hubiera soñado, bailo en espiral buscando energías curativas, la danza de la vida me recuerda las noches en rituales cuando aún no había nacido.

 

Me he llenado de brillos frente al rapsoda pleno de luceros que recita a su amaño los desvelos, oscuridades y descubrires después de tanto caminar. He conjugado cientos de verbos junto a los recitadores y oyentes que llegan seducidos por los pregones de amor y guerra de hombres y dioses. Todo esto gracias a mi caracolear entre libros de hojas hondas y profundas que llegaban a casa, sin importar si eran breviarios antiguos, diccionarios incompletos u hojas sueltas que se acomodaban en cuadernos ajenos. Llegan los aedos cantando las hazañas de mil horas fuera de casa, las peripecias heroicas y los trinos de los pájaros que avisan la tempestad; ellos enfrentan al dragón de fuego, aquel que quiere matar la palabra, pero insisten a paso de mensajes, liturgias de amor que luego serán luz en distantes pergaminos. Mensajeros que vuelan a paso de relatos mientras mis oídos encallan en cualquier playa para escuchar. 


Y yo,  presta al aviso, que no llegue el hechicero y apague la luz. Una que otra hazaña ha balbuceado cerca, las he vivido como certeras, cercanas y muy mías, como si fuera cómplice de cada movimiento, aunque nunca me hubiera alejado de la silla donde me esperaba un libro abierto, para ser una vez más poseído y habitado. Al atardecer me abrigo, escucho con emoción la fuerza de su gesta, vienen guerreros abarrotados de sueños y cantos, trayendo en sus bolsillos pedazos de acertijos y sentires que luego serán copias de nacientes manuscritos para vivir eternamente sobre la faz de la tierra, aunque sus voces deban cruzar los linderos de la justa muerte. Cuando lees todo puede pasar, aún lo insólito, te encuentras escrito en algunos momentos, sientes que es a ti a quien alguien escribe, te descubres soñado por otro, amado y perdonado. Te encuentras con personajes de otrora, con los que has compartido tu dulce niñez sin conocerlos, descubres que eres un pedazo de inspiración para un ser que se detuvo a mirarte, dejas de ser un hombre para convertirte en arena de una gran playa sobre la que se cose el tiempo. Por todo esto, no es difícil encontrar lectores que se transforman, se dejan beber y atravesar, aman a la mujer de vestido suelto y ojos negros de los que habla el artista de la palabra. No bastaron las mil y una noches para abastecernos de glorias y volar sobre la alfombra mágica, esperé frotar la lámpara de Aldino para atravesar toda posibilidad y estallar en la aventura de Simbad en eternas travesías por los mares en los que nunca mojé mis dudas pero que siempre navegué. Vestí los trajes de espadachines milenarios, escuché las voces atascadas de almas entre rejas que evocaban al unísono el secreto de los gladiadores mientras leía bajo el limonero reverdecido en un sueño ermitaño de mi juventud. Abrí junto a los hombres la caja de pandora, no me resistí; así fue como conocí la esperanza y ahora la llevo como llave de mis días, aunque alguna vez haya sido derrotada por inquietos molinos de viento. La verdad, no sé dónde comienza mi deleite por la escritura y el amor por la lectura; no hay trazo que defina dónde comienzan mis afectos o cuál se hizo primero; es por eso que a veces no sé diferenciar entre cada acción creadora, porque no sólo crea quien escribe, lo hace también quien lee y se hace palabra a través de sus ojos y sus manos.


LAS PALABRAS Y YO.

Claudia Patricia Arbeláez Henao

 

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