EL SENDERO DEL BÚHO




Devano los hilos en mis manos

miles de pájaros marcan mi vuelo

esperan mi tiempo y hacen nido

mientras me desmorono,

veo un huerto estéril en la luna

vestigios de un paraíso

que solo existió en mi memoria innombrable.


                                                  Quien no ha sido sorprendido por su sombra

no conoce su grandeza

no sabe de la magia contenida

en su grito.




 Algún día – es una expresión sin color

con hambre y sed.

 

 

 

Un minuto de silencio

por quienes ya murieron sin advertirlo

y siguen caminado desposeídos,

desalmados

sin valor y fuerza




Me detengo en los ríos que guardan historias

porque también son cementerios

gritan las almas en pena y se escuchan como rugidos

indolente tierra que bulle,

un cuerpo más en el alfiletero.


MUROS

 

Pasaba las tardes leyendo las lápidas

y buscando historias interminables

trataba de adivinar un epitafio

que me reflejara.

 


SUSURROS

 

Cuando froté la lámpara que estaba suspendida en el árbol, salió una mariposa plateada, bailó cerca de mi pecho como si supiera que allí palpitaba mi deseo, cerré los ojos, sentí y esperé en total quietud.

Pasados unos minutos, me susurró al oído tres palabras mágicas: Levedad, soledad y silencio.


SECUENCIA

 

La creación de mundos posibles es la estrategia que abrazo para seguir el camino. La observación atenta permite alimentar este espíritu creativo que quiero elevar cada mañana, al levantarme.



                                    LOS NIÑOS QUE SE TRAGÓ LA TIERRA

 

 

A ciertos niños se los tragaba la tierra.

Creo que pasó conmigo,

ahora me siento brotar de las raíces

de los árboles más antiguos,

guardadores de la palabra.

 

Siento heredar los sueños de la mandrágora

hoy, corteza, madreselva

floema y ramaje

aliada de los espíritus subterráneos

entretejida en las hierbas

oráculo de barro y arena

donde se forjan todas las verdades

aliento en las profundas venas

mis vecinos; bejucos, vegetales de anchos sueños y arbustos,

con un nicho en el subsuelo como cama

y la fuerza de una muralla verde que brota de mis manos.

 

La entrada a la literatura

es una gran puerta que cabe

en la boca de un adulto que cuenta.

 


LAS MIELES DE LA NADA

 

A veces me vacío, es necesario tener suficiente espacio para acomodar el color de las rosas, quito peso a mi espíritu indomable para cargar con devoción los recuerdos de las aves parlanchinas en las tardes que cruzan el valle de Alelí. Busco lugares en mi abrigo para resguardar el canto de las grandalas en el tarjetero de mi madre, porque me recuerdan las ciudades que nunca visité, los cuerpos que jamás abracé y las bocas que quedaron signadas en el tiempo.

Me sereno y disfruto mientras contemplo lo efímero porque sé que tal vez no lo veré de nuevo, el colibrí que se posa ligero sobre las flores y su eterno vuelo, memorizo el reflejo de tu luz bajo el agua, la forma del rocío sobre las hojas y la estela de humo que se forma en el cielo.

A veces me entrego al silencio y dejo que el susurro del viento que llega hasta el tendedero me cuente aquellas historias que aún no palpitan en mis noches. Escucho el llamado irrefutable de los lobos que se quedaron después del ocaso, en una edad en la que la infancia era tan clara.

 

Bebo las mieles de la nada y el silencio que me sorprende, porque con ellas puedo ver cientos de bosques submarinos que entrañan la verdad, la postrera y enmarañada palabra que nace con fulgor, la sabiduría en trenzas de mujeres mayores y su poder de sanación a través de la palabra que se encrespa y es preciso descubrir. Me doy tiempo para comprender la sacralidad en los pasos interminables del volatinero y merecer la adivinación a través de los sueños que albergo.

 

Que nunca me abandone ese derecho divino que me fue dado, ver las cosas no sólo como son sino como el cielo me las entrega para el deleite de mis sentidos.

 

Que nadie profane la chispa que acampa en mis ojos, con la que puedo ver el trasegar de los caminantes, los altares desbordados en leños donde honramos la voz de los ancestros.



POR EL DERECHO A DECIR

 

 

Te invito a escribir la historia desde adentro, desde tus simientes, silencios, ecos, fatigas, pero, sobre todo, desde la esperanza. Permite que las cerillas que te encienden se pronuncien a través del fuego que alimenta el leño y fustiga la sombra.

 

Cada palabra abraza un color, un aroma, una textura y un sonido, por eso el verso encierra un código emotivo que permite nombrar la sed, el dolor y la ira cuando el grito no alcanza.  Y si la palabra es paz y verdugo, en el silencio reconocemos las fugas de luz y de oscuridad entre los hombres; entonces ¿cómo comprender el alcance de la palabra justa o el mérito en el silencio encorsetado, cuando ambos son principio y fin?

 

Dime ahora ¿Qué hacer mientras deja de sangrar la herida?  Te silencias frente al precipicio o escribes para exorcizar los demonios o unirte a ellos en un mismo clamor. 

 

La libélula teje con hilos de sangre los agravios, el olor de la carne ya putrefacta se asienta, busca cobijo bajo la rama y desde allí, ella, entre las sombras, dibuja un gran puente, la herida entonces atraviesa con la ilusión de encontrar un paraíso para desterrar su afán y regresar con el surco blanquecino y menos amoratado. 

 


Tomado de: El sendero del búho

Claudia Patricia Arbeláez Henao




 



 

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