ROSAURA.



                                               ROSAURA



         Rosaura era una niña encantadora, salía todas las mañanas a recoger 
flores para adornar la mesa a la hora de la comida.  Siempre  llegaba a casa 
sonriente y con una historia nueva para contar a su mamá.

         Su papá la quería mucho y cuando iba al pueblo le traía golosinas y 
pasteles.

         Un día los abuelos maternos anunciaron una gran visita a la casa de 
la pequeña, la última de treinta nietos.

         La familia de Rosaura quedó muy feliz con la noticia, así que 
comenzaron a organizar la casa.  La mamá puso a hornear deliciosos 
panes de queso.  El padre, por su parte, fue a recoger un poco de leña 
para encender la fogata al anochecer y la inquieta niña, se fue a 
recolectar flores como de costumbre.

         Faltaba tan solo un día para salir al encuentro de los abuelos 
y el amable yerno alistaba los caballos para salir pronto a la carretera 
y conducir a los padres de su esposa a la casa principal.

         Rosaura estaba muy entretenida recorriendo los jardines y no
 advirtió el paso del tiempo, así que se distrajo con los pájaros, las ardillas
 y una que otra mariposa encantada.  Era una niña juguetona, curiosa y 
muy aventurera.

         En las mañanas salía a corretear sola por los anchos prados,
 meterse a la quebrada, descubrir colmenas de abejas, tumbar 
mangos de los frondosos árboles, recoger semillas y sembrarlas 
en el jardín de su casa.

         Para entonces los abuelos llegaron con las maletas llenas de regalos,
 dulces y frutas en almíbar para toda la familia.  También había dos cajas 
decoradas con un moño gigante y envuelto en papel de regalo, las cuales 
contenían juguetes, ropa y una vajilla muy fina para su hija.

         Después de montar los caballos y haber pisado el patio, los abrazos 
no se hicieron esperar, como siempre pasa en estos casos, pero faltaba 
Rosaura.  El papá contó a los abuelos de las andanzas de la niña y se
 despreocuparon, porque sabían que era amante del bosque y le 
gustaba perderse en él.

         Así que los visitantes y los dueños de casa, entraron hasta la sala, 
descargaron las maletas y las cajas, luego se sentaron a tomar un 
vaso de limonada casera, especial para los viajeros.

El viejo y su yerno salieron a caminar.  Hacía mucho tiempo 
que no venían al campo y había árboles frutales nuevos, 
más animales y dos corrales.

Madre e hija, fueron a la cocina a servir los deliciosos postres 
y los panes que reposaban plácidamente, recibiendo todo el 
calor del horno.  Hablaron un poco del clima, de la vida en la 
ciudad y de esas cosas de las cuales suelen hablar las mujeres 
cuando se encuentran después de mucho tiempo.

Una vez más la abuela preguntó por su nieta y la verdad, ya la 
mamá se empezó a preocupar, pues la noche ya asomaba por las 
ventanas de la casa, pero ella seguía entretenida  recorriendo 
los jardines, el tiempo pasaba y ella no lo percibía.  Al contrario, 
estaba tirada en el prado, con la mirada suspendida en  cielo, 
reconociendo quizá, todas las figuras que su padre le había enseñado y
se quedó dormida.

Pasado un rato, Rosaura abrió los ojos y sin saber cómo, 
había llegado al sur, se levantó lentamente 
y caminó hasta encontrar una plaza y 
en todo el centro, una fuente cristalina. 
 Intentó tomar un poco de agua, pero 
alguien le  puso la mano en el hombro y así le dijo:

—No bebas de esta fuente, el agua que aquí ves no es para beber.

Rosaura un poco asustada pidió disculpas y se retiró.  El hombre que así le 
hablaba, quiso hacerlo un poco más.

— ¿Has oído hablar de la fuente de la buena suerte?  Y sin dejarla contestar, 
añadió:
—en esta fuente todos los habitantes del pueblo echan sus monedas y piden 
un deseo que quieran hacer realidad. 
— ¿comprendes?

Rosaura se mostró sorprendida y negó haber escuchado semejante historia. 
 Sin prestar más atención, siguió su camino.

Nuestra aventurera caminó siguiendo el rumbo que se abría ante ella.  
Encontró a su paso muchas pequeñas y coloridas casas, en forma de 
hongos, todas tenían una puerta en el centro y a cada lado una ventana, 
por donde asomaban ardillas, pájaros y audaces mariposas.  
Algunos niños jugaban alrededor de los jardines y rodaban por el suelo. 
Una mujer, igualmente pequeña que se encontraba lavando la ropa sobre 
una piedra, se dirigió a ella diciendo:

— ¡Qué bello vestido tienes!  ¿Dónde lo has conseguido?

Rosaura no se había dado cuenta de qué vestido llevaba puesto o cómo era, 
sin embargo le respondió:

—Señora, en realidad no sé de dónde lo saqué o quién me lo regaló, 
hasta ahora descubro su color naranja y las cintas que lleva puesto.
—Está bien muchacha, sigue tu camino.

Rosaura siguió sus andanzas; todo para ella era nuevo, desde la textura 
de su vestido, hasta las piedras de colores que se encontraba a su paso, 
sin embargo no parecía tener miedo, estaba muy contenta contemplando 
tantas cosas maravillosas y nunca antes vistas, pero estaba cansada de tanto caminar y decidió tumbarse en la grama.

La pequeña viajera escuchó de pronto una linda melodía procedente 
de la copa de un árbol cercano.  Aún no sabía de qué instrumento nacía, 
la verdad, parecía el canto de un pájaro silvestre.  Así que comenzó a 
buscar con sus ojos el ser que daba origen a la música.  Tal fue su sorpresa 
al ver un hombre estaba sentado en lo alto de un árbol tocando violín, 
que casi desmaya.  Los pájaros lo acompañaban y hacían un coro de fantasía.


El hombre que estaba allí, era tan delgado como el tallo de una flor, 
de su cabeza nacían pétalos amarillos y rojos y se desprendían de él, 
olores sutiles, frutales y cautivadores.

Rosaura se acercó al árbol y desde allí logró llamar la atención de aquel 
hombre musical.

— ¿Quién eres?  —preguntó el hombre.
—No lo sé.  Tal vez una navegante o quizá sólo una niña que ha 
perdido su rumbo.  —respondió Rosaura.
— ¿Deseas subir a la copa de este árbol?
—¿Y tú quién eres? ¿Y en dónde estoy?
—No temas.  Este es un lugar sagrado, donde no todos pueden 
entrar y para hacerlo, hay que tener el corazón muy grande y la
 imaginación de un niño.  —Entonces ¿subirás al árbol?  —preguntó 
de nuevo el hombre.
—Sí, pero si me cuentas todo de tu vida.  —advirtió la niña.
—Es poco lo que tengo para decirte; todas las mañanas desde que 
llegué al mundo me paso los días trepando árboles, buscando un sitio 
tranquilo y cómodo para tocar.  Es todo.  —agregó el hombrecillo.
—La verdad, ya no quiero subir.  Tú, sigue tocando el violín y yo 
buscaré un pedazo de historia que he perdido y quiero encontrar.
— ¿Qué quieres decir, pequeña? 
—Quiero decir que no pertenezco a este mundo y me siento 
extraña.  —agregó la niña.
—Yo en tu lugar estaría feliz, pues tú fuiste quien decidió venir
 a este lugar.  —agregó el hombre.
— ¿Yo?
—Sí, tú.  Ya te lo dije, sólo personas como tú pueden entrar en 
este lugar y ahora ¿quieres salir? 
— ¿Quieres decir que yo elegí estar aquí?  —insistió la niña.
—Sí, claro.  Uno siempre está donde quiere estar.  
Atraemos los lugares y las cosas con nuestros pensamientos
como tú eres una niña soñadora, libre y amorosa, has encontrado 
este espacio, donde aprenderás muchas cosas.
— ¿Hablas en serio?
—Hablo en serio.  Ve y disfruta el paisaje y no te sientas extraña
 porque esto es tuyo.

La niña decidió continuar y se despidió del buen hombre quien 
le indicó qué camino seguir; batía sus manos diciendo adiós al 
hombre y a los pájaros que se encontraban allí reunidos, 
hasta perderlos de vista.  La verdad, nunca había visto 
una cosa tan maravillosa, una fuente donde se piden deseos, 
una mujer de su mismo tamaño, en una casa diminuta y un 
hombre que toca  violín en la copa de un árbol.  
Era como si su mundo se estirara un poco para mostrar nuevos 
seres y sensaciones.

Era muy tarde en el mundo que ahora habitaba Rosaura y sintió 
que debía buscar un sitio para dormir, no quería que la noche 
la sorprendiera sin tener un lugar para descansar o pensar 
un poco en esta nueva aventura que la abrazaba con tanta fuerza.  
La niña se recostó sobre el prado, cerca de un nacimiento de
 agua cristalina y bajo el encanto de las gotas al caer, logró 
apaciguar su sueño.

La noche pasó sin presentar ningún contratiempo, en lugar de frío 
hacía calor, se escuchaban melodías por todas partes, 
provenientes tal vez de las hadas, pero todo se tornaba 
tranquilo y transparente.

A la mañana siguiente, Rosaura  despertó muy contenta al 
escuchar las rondas entonadas por doce niñas que recogían 
flores en sus canastas y guardó silencio. Comenzó a revivir 
una parte de su cercana niñez, pues amaba la naturaleza y disfrutaba
 tomando flores diminutas y grandes, para llevar a casa. 

Las doce niñas que en el fondo eran doce princesas tenían alas, 
unas trenzas tan largas que tocaban el suelo y vestidos de 
múltiples colores naranjas, verdes, azules y rojos.  
Cada una tenía un olor que perfumaba el campo y todo esto, 
una vez más la sorprendía.

Las niñas invitaron a Rosaura a recitar poesías mientras hacían la recolecta, 
a lo cual no pudo negarse.  Rosaura se sentía libre, muy libre, cantó y jugó con mucha alegría.

Pasado un rato, después de reír sin cansancio y dar volteretas con l
os ojos cerrados, descubrió que ya estaba sola.  Las princesas se habían 
esfumado junto a sus canastas; así que  miró al firmamento y pudo ver 
doce palomas que llevaban pañuelos amarrados en sus picos y  las flores 
que habían cortado.  Nunca antes había visto cómo doce niñas se abrían 
como  aves en el cielo.  Suspiró, elevó su mirada y con ella recorrió el ancho 
espacio en que habitaba, reconoció los olores de las princesas y quiso 
esfumarse con ellos.  Rosaura, más suelta, comprendía que la vida le estaba brindando los encantos que por tanto tiempo había buscado.

El hombre que la estaba observando desde la copa de otro árbol, le contó
 cómo las doce princesas se convertían en aves, para repartir de casa 
en casa regalos, pétalos y esencias.  Eran hijas de un pájaro gigante 
que algunos llamaban avestruz y la madre, la reina de todas las aves, blanca y portadora de aromas florales y frutales, 
con que bañaba la tierra.

Rosaura, entonces, subió al árbol y junto a su nuevo amigo, comió 
almendras y ciruelas para calmar el hambre, aunque algo le recordaba 
que estaba acostumbrada a otra clase de desayuno.

—La primera vez que te vi, hablamos sobre la historia, no te preocupes;  
Cuando llegué a esta tierra, lo hice entre árboles, no conocía a los 
habitantes de esta región, todos me miraban como a un extraño.  
Ahora todo ha cambiado, ya conozco a todo el mundo y todos cantan mis canciones.  —dijo el hombre. 
—Pero desconozco mi origen y necesito saber realmente 
quién soy.—dijo Rosaura.
—Comprendo que todos necesitamos saber dónde están nuestras 
raíces y al parecer, las tuyas están dispersas en algún rincón de tu memoria;  
debes tener paciencia, poco a poco se esclarecerán las cosas 
y no sólo sabrás quién eres, sino para dónde vas.  Pero recuerda que 
no estás perdida, sólo estás habitando un lugar que elegiste y 
comprendo que quieras saber quién eres de verdad, porque todos 
necesitamos saberlo, mientras tanto, vive este nuevo mundo y saca 
provecho de él.  Poco a poco encontrarás tus orígenes, porque son muchos.

Rosaura estaba inquieta por no recordar su cuna y aunque las 
palabras de aquel hombre le daban mucha seguridad, seguía molesta.

Después de escuchar la voz melodiosa de aquel ser, se deslizó por entre
 las ramas y caminó con soltura, dejándose seducir por los bichos y 
golondrinas que la acompañaban. Seguía complacida mientras 
pasaba las horas aún en medio de las dudas que atravesaban su corazón.

Al caer la noche, Rosaura, la niña del pasado extraviado, se encontró con un hombre de color amarillo encendido, con visos granates y un halo dorado a
 su alrededor, estaba sentado alrededor de una fogata.  Ofrecía antorchas encendidas a todos los caminantes que en medio de la oscuridad, habían perdido su rumbo.

Rosaura no era la excepción y cuando el hombre la vio caminando, 
se paró frente a ella y le ofreció un poco de luz para iluminar sus pasos 
juveniles.  La niña se detuvo y lo miró maravillada, una vez más los
 habitantes del lugar la impresionaban con regalos y ofrendas, 
y no sintió miedo.  Después de recibir el inesperado regalo, agradeció a 
tan generoso ser y sin medir el tiempo que llevaba perdida, recordó que 
venía de un lugar no menos maravilloso como el que estaba construyendo
 con sus pasos. 

—Ven, siéntate aquí.  —dijo el hombre de la antorcha.
—Tengo prisa, gracias.  —dijo la niña.
— ¿Prisa, dices?  ¿Qué es prisa?  —preguntó el hombre.
—Quiero decir afán, no me queda mucho tiempo. 
—respondió Rosaura.
— ¿Tiempo para qué?
—La verdad,  no soy de este mundo y hasta hace poco no recordaba 
nada de mi pasado y ahora que sé de dónde vengo, quiero regresar.
— ¿Y sabes cómo hacerlo?  —preguntó el hombre.
—¿Hacer qué?.  —preguntó la niña.
—Volver, volver.  ¿Sabes cómo volver?
—No.  —respondió Rosaura.
— ¿Entonces por qué tienes prisa, si no sabes el camino?  —agregó el hombre.
—Seguiré caminando hasta encontrarlo, ya verás. 
—respondió de nuevo Rosaura.
— ¿Y por qué no esperas aquí?
—Ya te dije que tengo afán.  —insistía la niña un poco enojada.
—Yo al principio pensaba lo mismo pero ahora sé que todos somos 
de todas partes, si queremos, si existe el deseo de serlo y de estar. 
—Cuando se quiere ser sólo de un lugar, no se es de ningún otro 
espacio.  —dijo el hombre una vez más.
— ¿Y si nunca encuentro mi camino qué haré?  —preguntó 
Rosaura un poco triste.
—Si el camino existe de verdad, aparecerá ante tus ojos.  
Si el camino no es real, tal vez no llegue o llegue otro y no sabrás si era o no. 
—No comprendo.  —dijo la niña
—Muy simple mi niña, muy simple.  Cuando las cosas son, 
porque así lo ha dispuesto el universo, la vida o el destino, 
ahí están, a la vuelta de tus ojos, sólo tienes que esperar, 
disfrutar lo que tienes y amar.
—Sigo sin comprender.  El hombre del violín me dijo que era 
yo quien había elegido este lugar.
—Es cierto.  De una u otra forma tienes unas raíces, 
pero no te afanes por encontrarlas, las raíces nunca se van. 
Verás que con el tiempo, éstas serán también tus raíces.

Rosaura no quedó muy convencida con las palabras del hombre,
 pero sentía confianza y mientras lo miraba a los ojos, 
le dijo: —Está bien, me quedaré.

Entonces Rosaura y el hombre de la antorcha jugaron largo rato, 
la niña aprendió cómo era eso de dar luz a los hombres que pasaban 
en medio de la oscuridad y la importancia de ser luz para quienes andan en tinieblas.  Pero cuando ya la niña quería descansar para seguir su camino, le dijo:

—Yo sé mi niña que vas a volver en otra oportunidad y espero 
que la próxima vez, no tengas tanto temor, porque aunque 
vengas rumbo a otros mundos, nunca perderás lo que tienes 
en el alma ni lo que eres.  Aprenderás a disfrutar de cada cosa y 
cada lugar con intensidad y sin miedo, verás que es bueno también
 visitar otros vecindarios y quedarse si es necesario.

Fue así como Rosaura se dejó calentar por la llama que crecía 
con altivez y se fue quedando dormida en segundos.  En el fondo, 
los habitantes de este lugar sabían que Rosaura aprendería a volar 
tan lejos como sus ilusiones se lo permitieran y que aunque tuviera
 obstáculos, sabría enfrentarlos.

Hacía un poco de calor, pero la niña pudo conciliar el sueño. 
 Las ardillas, los conejos, las liebres, las hadas y los duendes 
fueron a su encuentro y la rodearon de música. 
 El hombre naranja la tomó en sus brazos y le cantó; a ellos 
se les unió el hombrecillo  del violín, la mujer que admiró su
 vestido y las doce princesas que bailaban a su alrededor.  
Rosaura empezó a soñar y a soñar.  Soñó que vivía en una casita, 
con su papá y su mamá y que sus abuelos vendrían a visitarla.

—Rosaura, Rosaura hija.  ¿Dónde estás?  —gritaba su papá.
—Mi niña ¿qué te has hecho?  —preguntaba el abuelo.

Los padres y los abuelitos de Rosaura, llevaban muchas horas entre los 
jardines y bosques que rodeaban su casa y sólo ahora la encontraban.

La pequeña despertó sobresaltada por los gritos y respondió a los llamados:

—Aquí estoy, papá, me quedé dormida.
—Nos tenías muy preocupados.  —agregó el abuelo.
—Pensamos que algo te había sucedido.  —dijo su mamá.
—Tienes razón, mamá, algo me sucedió, ya les contaré. 

Entre risas y abrazos, la familia se reunió nuevamente.  
Todos juntos se fueron a casa, comieron dulces y encendieron la fogata, 
pero lo más conmovedor fue cuando Rosaura abrió los regalos que sus abuelos habían traído para ella; eran cuatro hermosos cuadros para colgar en su habitación. 

En el primer cuadro había una fuente y al lado derecho una mujer 
con un vestido naranja muy hermoso.  El segundo cuadro mostraba 
un hombre diminuto tocando un violín en la copa de un árbol.  
En el tercer cuadro aparecían doce princesas bailarinas y en cuarto 
cuadro se descubría un hombre con una antorcha.

Rosaura se llenó de alegría, pues gracias a su capacidad de soñar, 
el mundo le revelaba realidades antes desconocidas.


Tomado de: CUENTOS Y OTROS ENSUEÑOS
Claudia Patricia Arbeláez Henao
Colombia



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