ROSAURA.
ROSAURA
Rosaura era una niña
encantadora, salía todas las mañanas a recoger
flores para adornar la mesa a la
hora de la comida. Siempre llegaba a casa
sonriente y con una historia
nueva para contar a su mamá.
Su papá la quería
mucho y cuando iba al pueblo le traía golosinas y
pasteles.
Un día los abuelos
maternos anunciaron una gran visita a la casa de
la pequeña, la última de
treinta nietos.
La familia de
Rosaura quedó muy feliz con la noticia, así que
comenzaron a organizar la
casa. La mamá puso a hornear deliciosos
panes de queso. El padre, por su parte,
fue a recoger un poco de leña
para encender la fogata al anochecer y la
inquieta niña, se fue a
recolectar flores como de costumbre.
Faltaba tan solo
un día para salir al encuentro de los abuelos
y el amable yerno alistaba los
caballos para salir pronto a la carretera
y conducir a los padres de su esposa
a la casa principal.
Rosaura estaba muy
entretenida recorriendo los jardines y no
advirtió el paso del tiempo, así que
se distrajo con los pájaros, las ardillas
y una que otra mariposa
encantada. Era una niña juguetona,
curiosa y
muy aventurera.
En las mañanas
salía a corretear sola por los anchos prados,
meterse a la quebrada, descubrir
colmenas de abejas, tumbar
mangos de los frondosos árboles, recoger semillas y
sembrarlas
en el jardín de su casa.
Para entonces los
abuelos llegaron con las maletas llenas de regalos,
dulces y frutas en almíbar
para toda la familia. También había dos
cajas
decoradas con un moño gigante y envuelto en papel de regalo, las cuales
contenían juguetes, ropa y una vajilla muy fina para su hija.
Después de montar
los caballos y haber pisado el patio, los abrazos
no se hicieron esperar, como
siempre pasa en estos casos, pero faltaba
Rosaura. El papá contó a los abuelos de las andanzas
de la niña y se
despreocuparon, porque sabían que era amante del bosque y le
gustaba perderse en él.
Así que los
visitantes y los dueños de casa, entraron hasta la sala,
descargaron las
maletas y las cajas, luego se sentaron a tomar un
vaso de limonada casera,
especial para los viajeros.
El viejo y su yerno salieron a caminar. Hacía mucho tiempo
que no venían al campo y
había árboles frutales nuevos,
más animales y dos corrales.
Madre e hija, fueron a la cocina a servir los
deliciosos postres
y los panes que reposaban plácidamente, recibiendo todo el
calor del horno. Hablaron un poco del
clima, de la vida en la
ciudad y de esas cosas de las cuales suelen hablar las
mujeres
cuando se encuentran después de mucho tiempo.
Una vez más la abuela preguntó por su nieta y
la verdad, ya la
mamá se empezó a preocupar, pues la noche ya asomaba por las
ventanas de la casa, pero ella seguía entretenida recorriendo
los jardines, el tiempo pasaba y
ella no lo percibía. Al contrario,
estaba tirada en el prado, con la mirada suspendida en cielo,
reconociendo quizá, todas las figuras
que su padre le había enseñado y
se quedó dormida.
Pasado un rato, Rosaura abrió
los ojos y sin saber cómo,
había llegado al sur, se levantó lentamente
y caminó
hasta encontrar una plaza y
en todo el centro, una fuente cristalina.
Intentó tomar un poco de agua, pero
alguien
le puso la mano en el hombro y así le dijo:
—No bebas de esta fuente, el agua que aquí
ves no es para beber.
Rosaura un poco asustada pidió disculpas y se
retiró. El hombre que así le
hablaba,
quiso hacerlo un poco más.
— ¿Has oído hablar de la fuente de la buena
suerte? Y sin dejarla contestar,
añadió:
—en esta fuente todos los habitantes del
pueblo echan sus monedas y piden
un deseo que quieran hacer realidad.
— ¿comprendes?
Rosaura se mostró sorprendida y negó haber
escuchado semejante historia.
Sin
prestar más atención, siguió su camino.
Nuestra aventurera caminó siguiendo el rumbo
que se abría ante ella.
Encontró a su
paso muchas pequeñas y coloridas casas, en forma de
hongos, todas tenían una
puerta en el centro y a cada lado una ventana,
por donde asomaban ardillas,
pájaros y audaces mariposas.
Algunos
niños jugaban alrededor de los jardines y rodaban por el suelo.
Una mujer,
igualmente pequeña que se encontraba lavando la ropa sobre
una piedra, se
dirigió a ella diciendo:
— ¡Qué bello vestido tienes! ¿Dónde lo has conseguido?
Rosaura no se había dado cuenta de qué
vestido llevaba puesto o cómo era,
sin embargo le respondió:
—Señora, en realidad no sé de dónde lo saqué
o quién me lo regaló,
hasta ahora descubro su color naranja y las cintas que
lleva puesto.
—Está bien muchacha, sigue tu camino.
Rosaura siguió sus andanzas; todo para ella
era nuevo, desde la textura
de su vestido, hasta las piedras de colores que se
encontraba a su paso,
sin embargo no parecía tener miedo, estaba muy contenta
contemplando
tantas cosas maravillosas y nunca antes vistas, pero estaba
cansada de tanto caminar y decidió tumbarse en la grama.
La pequeña viajera escuchó de pronto una linda melodía
procedente
de la copa de un árbol cercano. Aún
no sabía de qué instrumento nacía,
la verdad, parecía el canto de un pájaro
silvestre. Así que comenzó a
buscar con
sus ojos el ser que daba origen a la música.
Tal fue su sorpresa
al ver un hombre estaba sentado en lo alto de un
árbol tocando violín,
que casi desmaya.
Los pájaros lo acompañaban y hacían un coro de fantasía.
El hombre que estaba allí, era tan delgado
como el tallo de una flor,
de su cabeza nacían pétalos amarillos y rojos y se
desprendían de él,
olores sutiles, frutales y cautivadores.
Rosaura se acercó al árbol y desde allí logró
llamar la atención de aquel
hombre musical.
— ¿Quién eres? —preguntó el hombre.
—No lo sé.
Tal vez una navegante o quizá sólo una niña que ha
perdido su
rumbo. —respondió Rosaura.
— ¿Deseas subir a la copa de este árbol?
—¿Y tú quién eres? ¿Y en dónde estoy?
—No temas.
Este es un lugar sagrado, donde no todos pueden
entrar y para hacerlo, hay
que tener el corazón muy grande y la
imaginación de un niño. —Entonces ¿subirás al árbol? —preguntó
de nuevo el hombre.
—Sí, pero si me cuentas todo de tu vida. —advirtió la niña.
—Es poco lo que tengo para decirte; todas las
mañanas desde que
llegué al mundo me paso los días trepando árboles, buscando
un sitio
tranquilo y cómodo para tocar.
Es todo. —agregó el hombrecillo.
—La verdad, ya no quiero subir. Tú, sigue tocando el violín y yo
buscaré un
pedazo de historia que he perdido y quiero encontrar.
— ¿Qué quieres decir, pequeña?
—Quiero decir que no pertenezco a este mundo
y me siento
extraña. —agregó la niña.
—Yo en tu lugar estaría feliz, pues tú fuiste
quien decidió venir
a este lugar.
—agregó el hombre.
— ¿Yo?
—Sí, tú.
Ya te lo dije, sólo personas como tú pueden entrar en
este lugar y ahora
¿quieres salir?
— ¿Quieres decir que yo elegí estar
aquí? —insistió la niña.
—Sí, claro.
Uno siempre está donde quiere estar.
Atraemos los
lugares y las cosas con nuestros pensamientos y
como tú eres una niña soñadora, libre y
amorosa, has encontrado
este espacio, donde aprenderás muchas cosas.
— ¿Hablas en serio?
—Hablo en serio. Ve y disfruta el paisaje y no te sientas
extraña
porque esto es tuyo.
La niña decidió continuar y se despidió del
buen hombre quien
le indicó qué camino seguir; batía sus manos diciendo adiós
al
hombre y a los pájaros que se encontraban allí reunidos,
hasta perderlos de
vista. La verdad, nunca había visto
una
cosa tan maravillosa, una fuente donde se piden deseos,
una mujer de su mismo
tamaño, en una casa diminuta y un
hombre que toca violín en la copa de un árbol.
Era como si su mundo se estirara un poco para
mostrar nuevos
seres y sensaciones.
Era muy tarde en el mundo que ahora habitaba
Rosaura y sintió
que debía buscar un sitio para dormir, no quería que la noche
la sorprendiera sin tener un lugar para descansar o pensar
un poco en esta
nueva aventura que la abrazaba con tanta fuerza.
La niña se recostó sobre el prado, cerca de
un nacimiento de
agua cristalina y bajo el encanto de las gotas al caer, logró
apaciguar su sueño.
La noche pasó sin presentar ningún
contratiempo, en lugar de frío
hacía calor, se escuchaban melodías por todas
partes,
provenientes tal vez de las hadas, pero todo se tornaba
tranquilo y
transparente.
A la mañana siguiente, Rosaura despertó muy contenta al
escuchar las rondas
entonadas por doce niñas que recogían
flores en sus canastas y guardó silencio.
Comenzó a revivir
una parte de su cercana niñez, pues amaba la naturaleza y
disfrutaba
tomando flores diminutas y grandes, para llevar a casa.
Las doce niñas que en el fondo eran doce
princesas tenían alas,
unas trenzas tan largas que tocaban el suelo y vestidos
de
múltiples colores naranjas, verdes, azules y rojos.
Cada
una tenía un olor que perfumaba el campo y todo esto,
una vez más la
sorprendía.
Las niñas invitaron a Rosaura a recitar
poesías mientras hacían la recolecta,
a lo cual no pudo negarse. Rosaura se sentía libre, muy libre, cantó y
jugó con mucha alegría.
Pasado un rato, después de reír sin cansancio
y dar volteretas con l
os ojos cerrados, descubrió que ya estaba sola. Las princesas se habían
esfumado junto a sus
canastas; así que miró al firmamento y
pudo ver
doce palomas que llevaban pañuelos amarrados en sus picos y las flores
que habían cortado. Nunca antes había visto cómo doce niñas se abrían
como aves en el cielo. Suspiró, elevó su mirada y con ella recorrió
el ancho
espacio en que habitaba, reconoció los olores de las princesas y quiso
esfumarse con ellos. Rosaura, más
suelta, comprendía que la vida le estaba brindando los encantos que por tanto
tiempo había buscado.
El hombre que la estaba observando desde la
copa de otro árbol, le contó
cómo las doce princesas se convertían en aves,
para repartir de casa
en casa regalos, pétalos y esencias. Eran hijas de un pájaro gigante
que algunos
llamaban avestruz y la madre, la reina de todas las aves, blanca y portadora de
aromas florales y frutales,
con que bañaba la tierra.
Rosaura, entonces, subió al árbol y junto a
su nuevo amigo, comió
almendras y ciruelas para calmar el hambre, aunque algo
le recordaba
que estaba acostumbrada a otra clase de desayuno.
—La primera vez que te vi, hablamos sobre la
historia, no te preocupes;
Cuando llegué
a esta tierra, lo hice entre árboles, no conocía a los
habitantes de esta
región, todos me miraban como a un extraño.
Ahora todo ha cambiado, ya conozco a todo el mundo y todos cantan mis
canciones. —dijo el hombre.
—Pero desconozco mi
origen y necesito saber realmente
quién soy.—dijo Rosaura.
—Comprendo que todos necesitamos saber dónde
están nuestras
raíces y al parecer, las tuyas están dispersas en algún rincón
de tu memoria;
debes tener paciencia,
poco a poco se esclarecerán las cosas
y no sólo sabrás quién eres, sino para
dónde vas. Pero recuerda que
no estás
perdida, sólo estás habitando un lugar que elegiste y
comprendo que quieras
saber quién eres de verdad, porque todos
necesitamos saberlo, mientras tanto,
vive este nuevo mundo y saca
provecho de él.
Poco a poco encontrarás tus orígenes, porque son muchos.
Rosaura estaba inquieta por no recordar su
cuna y aunque las
palabras de aquel hombre le daban mucha seguridad, seguía
molesta.
Después de escuchar la voz melodiosa de aquel
ser, se deslizó por entre
las ramas y caminó con soltura, dejándose seducir por
los bichos y
golondrinas que la acompañaban. Seguía complacida mientras
pasaba
las horas aún en medio de las dudas que atravesaban su corazón.
Al caer la noche, Rosaura, la niña del pasado
extraviado, se encontró con un hombre de color amarillo encendido, con visos
granates y un halo dorado a
su alrededor, estaba sentado alrededor de una
fogata. Ofrecía antorchas encendidas a
todos los caminantes que en medio de la oscuridad, habían perdido su rumbo.
Rosaura no era la excepción y cuando el
hombre la vio caminando,
se paró frente a ella y le ofreció un poco de luz para
iluminar sus pasos
juveniles. La niña se
detuvo y lo miró maravillada, una vez más los
habitantes del lugar la
impresionaban con regalos y ofrendas,
y no sintió miedo. Después de recibir el inesperado regalo,
agradeció a
tan generoso ser y sin medir el tiempo que llevaba perdida, recordó
que
venía de un lugar no menos maravilloso como el que estaba construyendo
con
sus pasos.
—Ven, siéntate aquí. —dijo el hombre de la antorcha.
—Tengo prisa, gracias. —dijo la niña.
— ¿Prisa, dices? ¿Qué es prisa? —preguntó el hombre.
—Quiero decir afán, no me queda mucho
tiempo.
—respondió Rosaura.
— ¿Tiempo para qué?
—La verdad,
no soy de este mundo y hasta hace poco no recordaba
nada de mi pasado y
ahora que sé de dónde vengo, quiero regresar.
— ¿Y sabes cómo hacerlo? —preguntó el hombre.
—¿Hacer qué?.
—preguntó la niña.
—Volver, volver. ¿Sabes cómo volver?
—No.
—respondió Rosaura.
— ¿Entonces por qué tienes prisa, si no sabes
el camino? —agregó el hombre.
—Seguiré caminando hasta encontrarlo, ya
verás.
—respondió de nuevo Rosaura.
— ¿Y por qué no esperas aquí?
—Ya te dije que tengo afán. —insistía la niña un poco enojada.
—Yo al principio pensaba lo mismo pero ahora
sé que todos somos
de todas partes, si queremos, si existe el deseo de serlo y
de estar.
—Cuando se quiere ser sólo de un lugar, no se
es de ningún otro
espacio. —dijo el
hombre una vez más.
— ¿Y si nunca encuentro mi camino qué
haré? —preguntó
Rosaura un poco triste.
—Si el camino existe de verdad, aparecerá
ante tus ojos.
Si el camino no es real,
tal vez no llegue o llegue otro y no sabrás si era o no.
—No comprendo. —dijo la niña
—Muy simple mi niña, muy simple. Cuando las cosas son,
porque así lo ha
dispuesto el universo, la vida o el destino,
ahí están, a la vuelta de tus
ojos, sólo tienes que esperar,
disfrutar lo que tienes y amar.
—Sigo sin comprender. El hombre del violín me dijo que era
yo quien había
elegido este lugar.
—Es cierto.
De una u otra forma tienes unas raíces,
pero no te afanes por
encontrarlas, las raíces nunca se van.
Verás que con el tiempo, éstas serán
también tus raíces.
Rosaura no quedó muy convencida con las
palabras del hombre,
pero sentía confianza y mientras lo miraba a los ojos,
le
dijo: —Está bien, me quedaré.
Entonces Rosaura y el hombre de la antorcha
jugaron largo rato,
la niña aprendió cómo era eso de dar luz a los hombres que
pasaban
en medio de la oscuridad y la importancia de ser luz para quienes andan
en tinieblas. Pero cuando ya la niña
quería descansar para seguir su camino, le dijo:
—Yo sé mi niña que vas a volver en otra
oportunidad y espero
que la próxima vez, no tengas tanto temor, porque aunque
vengas rumbo a otros mundos, nunca perderás lo que tienes
en el alma ni lo que
eres. Aprenderás a disfrutar de cada
cosa y
cada lugar con intensidad y sin miedo, verás que es bueno también
visitar otros vecindarios y quedarse si es necesario.
Fue así como Rosaura se dejó calentar por la
llama que crecía
con altivez y se fue quedando dormida en segundos. En el fondo,
los habitantes de este lugar
sabían que Rosaura aprendería a volar
tan lejos como sus ilusiones se lo
permitieran y que aunque tuviera
obstáculos, sabría enfrentarlos.
Hacía un poco de calor, pero la niña pudo
conciliar el sueño.
Las ardillas, los
conejos, las liebres, las hadas y los duendes
fueron a su encuentro y la
rodearon de música.
El hombre naranja la
tomó en sus brazos y le cantó; a ellos
se les unió el hombrecillo del violín, la mujer que admiró su
vestido y
las doce princesas que bailaban a su alrededor.
Rosaura empezó a soñar y a soñar.
Soñó que vivía en una casita,
con su papá y su mamá y que sus abuelos
vendrían a visitarla.
—Rosaura, Rosaura hija. ¿Dónde estás?
—gritaba su papá.
—Mi niña ¿qué te has hecho? —preguntaba el abuelo.
Los padres y los abuelitos de Rosaura,
llevaban muchas horas entre los
jardines y bosques que rodeaban su casa y sólo
ahora la encontraban.
La pequeña despertó sobresaltada por los
gritos y respondió a los llamados:
—Aquí estoy, papá, me quedé dormida.
—Nos tenías muy preocupados. —agregó el abuelo.
—Pensamos que algo te había sucedido. —dijo su mamá.
—Tienes razón, mamá, algo me sucedió, ya les
contaré.
Entre risas y abrazos, la familia se reunió
nuevamente.
Todos juntos se fueron a casa,
comieron dulces y encendieron la fogata,
pero lo más conmovedor fue cuando
Rosaura abrió los regalos que sus abuelos habían traído para ella; eran cuatro
hermosos cuadros para colgar en su habitación.
En el primer cuadro había una fuente y al
lado derecho una mujer
con un vestido naranja muy hermoso. El segundo cuadro mostraba
un hombre diminuto
tocando un violín en la copa de un árbol.
En el tercer cuadro aparecían doce princesas bailarinas y en cuarto
cuadro se descubría un hombre con una antorcha.
Rosaura se llenó de alegría, pues gracias a
su capacidad de soñar,
el mundo le revelaba realidades antes desconocidas.
Tomado de: CUENTOS Y OTROS ENSUEÑOS
Claudia Patricia Arbeláez Henao
Colombia
flores para adornar la mesa a la hora de la comida. Siempre llegaba a casa
sonriente y con una historia nueva para contar a su mamá.
pasteles.
la pequeña, la última de treinta nietos.
comenzaron a organizar la casa. La mamá puso a hornear deliciosos
panes de queso. El padre, por su parte, fue a recoger un poco de leña
para encender la fogata al anochecer y la inquieta niña, se fue a
recolectar flores como de costumbre.
y el amable yerno alistaba los caballos para salir pronto a la carretera
y conducir a los padres de su esposa a la casa principal.
advirtió el paso del tiempo, así que se distrajo con los pájaros, las ardillas
y una que otra mariposa encantada. Era una niña juguetona, curiosa y
muy aventurera.
meterse a la quebrada, descubrir colmenas de abejas, tumbar
mangos de los frondosos árboles, recoger semillas y sembrarlas
en el jardín de su casa.
dulces y frutas en almíbar para toda la familia. También había dos cajas
decoradas con un moño gigante y envuelto en papel de regalo, las cuales
contenían juguetes, ropa y una vajilla muy fina para su hija.
no se hicieron esperar, como siempre pasa en estos casos, pero faltaba
Rosaura. El papá contó a los abuelos de las andanzas de la niña y se
despreocuparon, porque sabían que era amante del bosque y le
gustaba perderse en él.
descargaron las maletas y las cajas, luego se sentaron a tomar un
vaso de limonada casera, especial para los viajeros.
que no venían al campo y había árboles frutales nuevos,
más animales y dos corrales.
y los panes que reposaban plácidamente, recibiendo todo el
calor del horno. Hablaron un poco del clima, de la vida en la
ciudad y de esas cosas de las cuales suelen hablar las mujeres
cuando se encuentran después de mucho tiempo.
mamá se empezó a preocupar, pues la noche ya asomaba por las
ventanas de la casa, pero ella seguía entretenida recorriendo
los jardines, el tiempo pasaba y ella no lo percibía. Al contrario,
estaba tirada en el prado, con la mirada suspendida en cielo,
reconociendo quizá, todas las figuras que su padre le había enseñado y
había llegado al sur, se levantó lentamente
y caminó hasta encontrar una plaza y
en todo el centro, una fuente cristalina.
Intentó tomar un poco de agua, pero
alguien le puso la mano en el hombro y así le dijo:
hablaba, quiso hacerlo un poco más.
añadió:
un deseo que quieran hacer realidad.
Sin prestar más atención, siguió su camino.
Encontró a su paso muchas pequeñas y coloridas casas, en forma de
hongos, todas tenían una puerta en el centro y a cada lado una ventana,
por donde asomaban ardillas, pájaros y audaces mariposas.
Algunos niños jugaban alrededor de los jardines y rodaban por el suelo.
Una mujer, igualmente pequeña que se encontraba lavando la ropa sobre
una piedra, se dirigió a ella diciendo:
sin embargo le respondió:
hasta ahora descubro su color naranja y las cintas que lleva puesto.
de su vestido, hasta las piedras de colores que se encontraba a su paso,
sin embargo no parecía tener miedo, estaba muy contenta contemplando
tantas cosas maravillosas y nunca antes vistas, pero estaba cansada de tanto caminar y decidió tumbarse en la grama.
de la copa de un árbol cercano. Aún no sabía de qué instrumento nacía,
la verdad, parecía el canto de un pájaro silvestre. Así que comenzó a
buscar con sus ojos el ser que daba origen a la música. Tal fue su sorpresa
al ver un hombre estaba sentado en lo alto de un árbol tocando violín,
que casi desmaya. Los pájaros lo acompañaban y hacían un coro de fantasía.
de su cabeza nacían pétalos amarillos y rojos y se desprendían de él,
olores sutiles, frutales y cautivadores.
hombre musical.
perdido su rumbo. —respondió Rosaura.
entrar y para hacerlo, hay que tener el corazón muy grande y la
imaginación de un niño. —Entonces ¿subirás al árbol? —preguntó
de nuevo el hombre.
llegué al mundo me paso los días trepando árboles, buscando un sitio
tranquilo y cómodo para tocar. Es todo. —agregó el hombrecillo.
buscaré un pedazo de historia que he perdido y quiero encontrar.
extraña. —agregó la niña.
a este lugar. —agregó el hombre.
este lugar y ahora ¿quieres salir?
Atraemos los lugares y las cosas con nuestros pensamientos y
como tú eres una niña soñadora, libre y amorosa, has encontrado
este espacio, donde aprenderás muchas cosas.
porque esto es tuyo.
le indicó qué camino seguir; batía sus manos diciendo adiós al
hombre y a los pájaros que se encontraban allí reunidos,
hasta perderlos de vista. La verdad, nunca había visto
una cosa tan maravillosa, una fuente donde se piden deseos,
una mujer de su mismo tamaño, en una casa diminuta y un
hombre que toca violín en la copa de un árbol.
Era como si su mundo se estirara un poco para mostrar nuevos
seres y sensaciones.
que debía buscar un sitio para dormir, no quería que la noche
la sorprendiera sin tener un lugar para descansar o pensar
un poco en esta nueva aventura que la abrazaba con tanta fuerza.
La niña se recostó sobre el prado, cerca de un nacimiento de
agua cristalina y bajo el encanto de las gotas al caer, logró
apaciguar su sueño.
hacía calor, se escuchaban melodías por todas partes,
provenientes tal vez de las hadas, pero todo se tornaba
tranquilo y transparente.
escuchar las rondas entonadas por doce niñas que recogían
flores en sus canastas y guardó silencio. Comenzó a revivir
una parte de su cercana niñez, pues amaba la naturaleza y disfrutaba
tomando flores diminutas y grandes, para llevar a casa.
unas trenzas tan largas que tocaban el suelo y vestidos de
múltiples colores naranjas, verdes, azules y rojos.
Cada una tenía un olor que perfumaba el campo y todo esto,
una vez más la sorprendía.
a lo cual no pudo negarse. Rosaura se sentía libre, muy libre, cantó y jugó con mucha alegría.
os ojos cerrados, descubrió que ya estaba sola. Las princesas se habían
esfumado junto a sus canastas; así que miró al firmamento y pudo ver
doce palomas que llevaban pañuelos amarrados en sus picos y las flores
que habían cortado. Nunca antes había visto cómo doce niñas se abrían
como aves en el cielo. Suspiró, elevó su mirada y con ella recorrió el ancho
espacio en que habitaba, reconoció los olores de las princesas y quiso
esfumarse con ellos. Rosaura, más suelta, comprendía que la vida le estaba brindando los encantos que por tanto tiempo había buscado.
cómo las doce princesas se convertían en aves, para repartir de casa
en casa regalos, pétalos y esencias. Eran hijas de un pájaro gigante
que algunos llamaban avestruz y la madre, la reina de todas las aves, blanca y portadora de aromas florales y frutales,
con que bañaba la tierra.
almendras y ciruelas para calmar el hambre, aunque algo le recordaba
que estaba acostumbrada a otra clase de desayuno.
Cuando llegué a esta tierra, lo hice entre árboles, no conocía a los
habitantes de esta región, todos me miraban como a un extraño.
Ahora todo ha cambiado, ya conozco a todo el mundo y todos cantan mis canciones. —dijo el hombre.
quién soy.—dijo Rosaura.
raíces y al parecer, las tuyas están dispersas en algún rincón de tu memoria;
debes tener paciencia, poco a poco se esclarecerán las cosas
y no sólo sabrás quién eres, sino para dónde vas. Pero recuerda que
no estás perdida, sólo estás habitando un lugar que elegiste y
comprendo que quieras saber quién eres de verdad, porque todos
necesitamos saberlo, mientras tanto, vive este nuevo mundo y saca
provecho de él. Poco a poco encontrarás tus orígenes, porque son muchos.
palabras de aquel hombre le daban mucha seguridad, seguía molesta.
las ramas y caminó con soltura, dejándose seducir por los bichos y
golondrinas que la acompañaban. Seguía complacida mientras
pasaba las horas aún en medio de las dudas que atravesaban su corazón.
su alrededor, estaba sentado alrededor de una fogata. Ofrecía antorchas encendidas a todos los caminantes que en medio de la oscuridad, habían perdido su rumbo.
se paró frente a ella y le ofreció un poco de luz para iluminar sus pasos
juveniles. La niña se detuvo y lo miró maravillada, una vez más los
habitantes del lugar la impresionaban con regalos y ofrendas,
y no sintió miedo. Después de recibir el inesperado regalo, agradeció a
tan generoso ser y sin medir el tiempo que llevaba perdida, recordó que
venía de un lugar no menos maravilloso como el que estaba construyendo
con sus pasos.
nada de mi pasado y ahora que sé de dónde vengo, quiero regresar.
de todas partes, si queremos, si existe el deseo de serlo y de estar.
espacio. —dijo el hombre una vez más.
Rosaura un poco triste.
Si el camino no es real, tal vez no llegue o llegue otro y no sabrás si era o no.
porque así lo ha dispuesto el universo, la vida o el destino,
ahí están, a la vuelta de tus ojos, sólo tienes que esperar,
disfrutar lo que tienes y amar.
yo quien había elegido este lugar.
pero no te afanes por encontrarlas, las raíces nunca se van.
Verás que con el tiempo, éstas serán también tus raíces.
pero sentía confianza y mientras lo miraba a los ojos,
le dijo: —Está bien, me quedaré.
la niña aprendió cómo era eso de dar luz a los hombres que pasaban
en medio de la oscuridad y la importancia de ser luz para quienes andan en tinieblas. Pero cuando ya la niña quería descansar para seguir su camino, le dijo:
que la próxima vez, no tengas tanto temor, porque aunque
vengas rumbo a otros mundos, nunca perderás lo que tienes
en el alma ni lo que eres. Aprenderás a disfrutar de cada cosa y
cada lugar con intensidad y sin miedo, verás que es bueno también
visitar otros vecindarios y quedarse si es necesario.
con altivez y se fue quedando dormida en segundos. En el fondo,
los habitantes de este lugar sabían que Rosaura aprendería a volar
tan lejos como sus ilusiones se lo permitieran y que aunque tuviera
obstáculos, sabría enfrentarlos.
Las ardillas, los conejos, las liebres, las hadas y los duendes
fueron a su encuentro y la rodearon de música.
El hombre naranja la tomó en sus brazos y le cantó; a ellos
se les unió el hombrecillo del violín, la mujer que admiró su
vestido y las doce princesas que bailaban a su alrededor.
Rosaura empezó a soñar y a soñar. Soñó que vivía en una casita,
con su papá y su mamá y que sus abuelos vendrían a visitarla.
jardines y bosques que rodeaban su casa y sólo ahora la encontraban.
Todos juntos se fueron a casa, comieron dulces y encendieron la fogata,
pero lo más conmovedor fue cuando Rosaura abrió los regalos que sus abuelos habían traído para ella; eran cuatro hermosos cuadros para colgar en su habitación.
con un vestido naranja muy hermoso. El segundo cuadro mostraba
un hombre diminuto tocando un violín en la copa de un árbol.
En el tercer cuadro aparecían doce princesas bailarinas y en cuarto
cuadro se descubría un hombre con una antorcha.
el mundo le revelaba realidades antes desconocidas.
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