TIEMPO DE CORONA

                                                  


 

De pronto, el encierro habló,

 abrió sus fauces y los demonios encontraron

 la forma oportuna para salir.

La incertidumbre se vistió de hacha

y se desempolvaron las heridas.

 


Y de repente, todo cambia.

Los hilos que manejan el presente, deciden que ya nada es igual y que el amaño al que nos tiene acostumbrados, se quebranta.

Desde entonces tomamos lecciones de asuntos que no estamos preparados para aprender, ni siquiera lo hemos pedido.  Llega una avalancha de sensaciones y  empezamos a desarmarnos por partes.

Las certezas se van derrumbando como un juego de naipe, se interrumpe esa vida frenética y  el coleccionar contrariedades hace su gala.  Todo es diferente.  El silencio se instala en nuestros corazones, nos miramos como si quisiéramos decir muchas cosas y a la vez, nada.

Aún no comprendemos lo que viene al encuentro; tristeza, rabia, impotencia y unas cuantas emociones sin definición, nos cuesta nombrar el mundo como se nos presenta y nos estrenamos en un nuevo discurso.

Los días pasan, la rutina nos saluda con un gesto inquietante, llenamos cuestionarios, respondemos con preguntas que nunca hemos utilizado y se hacen constantes, quién sabe hasta cuándo. Época de manifestaciones.

¿Cómo explicar el movimiento del reloj?  ¡Tan acostumbrados a seguir su curso sólo, para saber la hora del encuentro, la salida o  la cena!

Y repasamos las casas, reconocemos lugares que hemos olvidado; los colores de los muros ya han perdido belleza, se ven agujeros en algunas ventanas y la cocina es el lugar de la perfecta unión o desunión, quizás.

Las habitaciones parecen hablar, la última vez la mesa de noche estaba en otro lugar,  la luz de la lámpara parecía más intensa y había más tiempo de lo habitual para pensar. 

Usamos palabras como confinamiento, distanciamiento y otras que toman importancia en el diccionario; conjugamos verbos en todos los tiempos, formas y modos: Cuídate, quédate, aíslate, confínate, ámate y guárdate.  Se pide repasar  la gramática del amor, la familia, los buenos deseos y la oración.

De pronto asoman las tragedias individuales, hablan quienes quedaron abandonados a su suerte, las dudas cogen cuerpo, afloran las creencias para explicar lo que sucede y comenzamos a pensar en quienes han pasado igual, en tiempos remotos y cómo lo habían superado. Muere la prisa, aunque la opresión en el pecho nos haga sentir más agotados.

Y la lección nos confronta: debemos conocer la fuerza del servicio y la conmiseración, el valor de tender una mano y abrazar el desespero del amigo, para llegar al lugar esperado.

Es el tiempo preciso para comprender que la fortaleza habla en nuestro nombre y que el espíritu dócil es el único capaz de asumir las cargas sin angustia. 

¿Estamos preparados para entender el valor de una mente flexible, amable y sencilla? Se nos pregunta.

¿Estamos listos para entender el dolor de nuestros semejantes, la hambruna, la sed, la enfermedad y el asilamiento? 

¿Estamos dispuestos a mostrar piedad, misericordia y amor compasivo con los próximos y lejanos?

Ahora ese legado de dolores y fracturas interiores, de alguna manera encuentra su sitio para aflorar, es como si alguien quisiera resucitar la desidia y los malos recuerdos, los arañazos del alma se dejan ver y las cicatrices asoman con fiereza. En tiempos de silencio, enfermedad y soledad, suele suceder. El pequeño marionetista comienza su juego irreversible.

Es el momento  para dar importancia a las cosas invaluables o por lo menos, aquellas a las que no les considerábamos como decisivas en nuestra vida. Ahora no nos queda más que romper el papel, limpiar esos lugares donde reposan nuestros egos, repensar nuestro destino y la forma de caminar. 

Afrontamos una carga de confusiones, los adultos miran por los balcones tratando de encontrar una mirada cercana que les haga sentir que no están solos, los niños escuchan lo que viene de afuera, lo que cuelga de las bocas dudosas y desesperanzadas de sus padres.

Ahora tenemos tiempo para mirarnos frente al espejo, enfrentar los demonios con los que hemos convivido desde siempre, buscar la forma de sanar la historia desde el inicio y pensar en las nuevas promesas.

¡No todos estamos bien!  El confinamiento desenmascara, el silencio nos pone frente al espejo y saber que tenemos que convivir con nuestras verdades, nos lleva al pánico y nos desploma. Lo único cierto es que nada nos salva de lo que lo que se ha gestado desde los orígenes  y somos veletas, vamos de aquí para allí, presos de la corriente que arroja nuestro mar. ¿Quién nos controla ahora?

Vemos en los noticieros el verdadero color de la muerte, mis amigos lejanos ya me han hablado de esto antes, sus vecinos se han ido mientras su carne yace inerte sobre la acera, a espera del oficio mortuorio que no será como antes. Me hablan a través del teléfono y me dicen que el olor pútrido es diferente a como se nos ha contado, la miseria se reviste de soledad y la compañía ya es la nada.

En casa, el invisible no ha llegado, pero tenemos miedo y lo queremos lejos, nadie quiere abrir la puerta para que entre, lavamos las manos, usamos las máscaras, diferentes estas a las que hemos vestido antes, limpiamos las verduras, no damos la mano y saludamos desde lejos.

En tiempo de tiempos abiertos, no quiero pasar de largo,  se me hace oportuna esta idea loca que tengo de decirlo todo y saber que tal vez, esto mismo me llevará a entender cada día menos de lo que espero, aunque se encienda más mi llama. Es tiempo para sacudir nuestro interior, pensar el abuso de la tierra, las inseguridades y los temores que se harán más fuertes, sin duda. Tiempo para insistir en los cambios,  la flexibilización de las acciones y el pensamiento, los nuevos retos y discursos, los diálogos interiores y las nuevas formas de amar.

 



Mientras oscurece, se ve caer tras el ventanal el gran ramo de gotas que pegan con dulzura a las plantas que están sedientas después de tantos días de intenso calor.  

 

Sentada frente a la pantalla veo su cabello gris enmarañado, atado en el centro y preso del viento de su tarde, un día cualquiera.  La voz del taita Alejo es mi regalo, sólo me queda silenciarme ante sus palabras y aprender más de aquello que llamamos, esperanza; sus ojos parecían fijarse en mí y así me decía:   La tierra respira, palpita…  puedes sentir el amor de la tierra cuando tomas sus medicinas y elementos para vivir.

Quiero ir al lugar de los comienzos, allí donde el Taita Alejo tiene su hogar, lugar ancestral donde se aprende a honrar a la tierra, desde adentro.  Estoy lejos, sentada en un sillón un poco hamacado y respirando aromas dados para el momento.

Vengo justo hoy para redescubrir la sacralidad de los pasos sin salir de casa. Miro a través de la ventana y no para de llover, son tardes de mirar al cielo con la fe puesta en las palabras de mis padres y sus antecesores, los viajeros de la vida y pasantes de sueños; la voz de los hombres brotados de la tierra, esa voz que se hermana con la idea de un Ser supremo que nos ama con infinita bondad.

No puedo desligar el amor del Padre y el amor de la tierra, creada como una madre fuerte y generosa pero también, lista para defender lo que lleva en los brazos.




Sabía que el hombre era un invitado a disfrutar de estos valles, mares, montañas sagradas, pero hoy me llega con más intensidad este llamado.

Hoy me entrego a los viejos hermanos que trazan caminos, donde justo la vida nos pone a prueba y al sentirnos atrapados, las lecciones se hacen más duras de aprender.

Busco quién me regale una gota de valentía, el ardor de su coraje para entender de primera mano lo que transita oculto en este vaivén de truenos, pero esta tarde que se acomoda más y más en mi vientre, aprieta. No estoy preparada para este trance, por lo menos, no de esta manera. 

Me uno al fuego de los viejos, cuando muchos de mis cercanos abrazan la sensación de arrebatamiento mientras ven cómo se consumen las horas, esperando que todo vuelva a la normalidad y tener de nuevo el control sobre las horas y las cosas.

Este estado de alerta nos hace sentir inválidos, no sirven los cartones que certifican el paso por los libros y descubrimos que nos gana la paciencia, que los argumentos pasan a ser banales y los momentos de silencio, una hostil eternidad.

Enciendo de nuevo la televisión, veo como este confinamiento nos obliga a repensar nuestras acciones, habla el hombre de lo que pasa en otras ciudades y yo sólo parpadeo, insisto en que no estamos preparados para entregar los minutos y limitar nuestras andanzas; cosas como estas, ponen a prueba todo lo que somos, las soledades que cargamos y los miedos que no hemos podido combatir, a pesar de los años.

Estos silencios entonces, dejan de ser un oasis y pasan a ser espacios ¡tan perturbadores!  la ruptura de la rutina se vuelve indolente y buscamos culpables en esta guerra de egos.  Se siente como si se muriera a ratos.

Esta pausa obligada, saca lo mejor y lo peor de cada uno, es un desafío pleno,  una redada del tiempo que parece no detenerse. 




Marzo, el pescador que lleva mi marca, experto de la vida, de los mares, maestro entre las aguas, el pescador de Punta de Lobos, me lo dice al oído, urge reconocer la esencia del hombre y siento que tiene que ser ya, ahora, no podemos posponer el encuentro.

Hoy presiento el enojo de una madre, Extraño, agradezco, protesto, extraño de nuevo, me aflijo, me pierdo, vivo, reclamos, extraño, agradezco, protesto, diluyo los fantasmas, me resisto, aunque sé que no es la respuesta.

Se nos obliga a despertar, a comprender que el verdadero encierro vive bajo la piel, la arrogancia nos debilita y nos espera un cambio después de tanta travesía. De lo contrario, no habrá valido la pena esta confrontación.

Se nos dice que debemos renunciar a los privilegios, pensar en el otro, enseñar a las nuevas generaciones para que abracen al menos favorecido, al más vulnerable; que abrace la vida en todas sus manifestaciones, la tierra que clama, los animales en espera, las almas enjauladas y las miserias que buscan redención.

En tiempos de mucho tiempo frente al espejo, las campanas se escuchan desde adentro anunciando la velada para asistir al hombre que se desenmascara, los secretos de tantas batallas, este estado de inquietante zozobra que nos arrebata la paz y en el fondo, nada promete cambiar, tal vez nos veamos repetidos después del alivio.  Descubro de pronto, que los barrotes de las cárceles están hechos de sufrimiento y que eso las hace, a veces inquebrantables.  ¿Acaso estamos construyendo cárceles bajo las uñas?



Tomado de: EL SENDERO DEL BÚHO

Claudia Patricia Arbeláez Henao

Colombia

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