LAS VENTANAS.
LAS
VENTANAS
- Ventana
ventus viento- entra.
Hay ventanas de diferentes tamaños, unas con marcos
coloridos, algunas alas móviles para abrir cuando asoma el día y cerrar cuando
cae la noche.
Las ventanas son grandes ojos, bocas, narices; por
ellas asoma la vida, las esperanzas, las tardes de lluvia, los soles amarrados
al cielo. Ventanas de amor, compañía o soledad; coloniales, medievales, de
princesas, cuadradas, cristalizadas, semiabiertas, viejas, nuevas; de papel o
madera.
Las ventanas de Baudelaire, las floridas de Ramón
López Laverde, las de mi abuela materna, la que daba al cementerio y la que
dejaba pasar un rayito de luz.
Pequeños puertos de tantas infancias, por donde
pasaban las cartas de amor, los pasos danzarines, algunas serenatas, las
procesiones de mi pueblo, el señor de las frutas y el cambiante de oro por ropa
o piezas viejas.
Las ventanas postreras de García Lorca, las profundas de
Huidobro, las de Benedetti que me recuerdan las basuritas que se caían entre la
madera y yo con una ramita las intentaba sacar.
Ventanas de tantos días, desde donde se contemplaba
con nostalgia el paso vagabundo del muchacho, las que sirven de consuelo, las
ventanas donde se espera la noticia del regreso y se alimentan los pájaros.
Las ventanas de Romeo y Julieta, Rapunzel y blanca
Nieves; mágicas y eternas. Ventanas que
se cierran con el pasado y se abren ante la posibilidad de un nuevo viaje.
Las trágicas ventanas de Neruda y las amadas de
Alfonsina. Las inmensas ventanas de
Borges o las de Ernesto Cardenal en el parque.
Las de Antonio Machado o Rosalía de Castro: “-desde mis ventanas veo el templo que quise tanto”.
La ventana de escape de Pere Borrel, la bella ventana de Dalí, las ventanas del balcón en la casa del prócer
y la casa rosada; las que tienen materos con claveles, lantanas y begonias.
Ventanas para sentarse a leer, ver a los niños mientras juegan y los
novios cuando se besan antes de entrar a casa.
Claudia Patricia Arbeláez Henao
El sendero del búho
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