UN HOGAR PARA SIEMPRE .
Clarita era una niña que vivía en un hogar de paso. Sus papás
habían fallecido en un accidente cuando apenas tenía unos meses.
Clarita era una niña muy alegre, tenía hermosos puntos en sus
mejillas, labios rosa y unas pestañas muy largas.
Clarita compartía
habitación con Matilda, Anita, Sofí, Carolina y Lupita.
Una mañana la madre directora, le pidió a una de las tías
sustitutas, que reuniera a las niñas para darles una noticia.
La tía Melba llevó a las niñas a un hermoso salón, decorado
con flores y estrellas. Unos sillones gigantes y al sentarse, sus piernitas
quedaban colgadas.
La madre directora que era una señora seria y elegante, saludó
a las niñas y las abrazó con mucho amor.
La tía Melba les entregó un dulce de frutos rojos a cada niña para que
comieran mientras escuchaban la maravillosa noticia.
Mamá Inés, abrió un sobre y las miró
lentamente y con picardía. La noticia
era la esperada. Tendrían un hogar definitivo de ahora en adelante.
Clarita, Matilda, Anita, Sofí, Carolina
y Lupita. – dijo. Y comenzó a leer cada una de las cartas.
Matilda viviría con una maravillosa familia en lejanas
tierras. Tendría un perro gigante y una casa en la montaña.
Anita tendría una familia con dos hermanitas y tres
gatos. En su nuevo hogar la esperaban
dos abuelos y una tía muy divertida.
A sofí la esperaba un hogar cerca a la playa, una casa
sencilla, bella, ubicada en el Caribe.
Caro tendría una casa en la ciudad, su colegio estaría muy
cerca y podría jugar en el parque.
Encontraría una habitación con un gran ventanal y una cómoda biblioteca.
Lupita aprendería un nuevo idioma en compañía de su nueva
familia, conocería el mar y también la nieve.
La esperaría un pequeño cerdito granjero y algunas aves de corral.
Clarita iría con su nueva familia a un hogar, con una cascada
muy cerca, tres perros, dos conejos y un caballo.
Las niñas estaban muy felices al escuchar a mamá Inés y a la
tía Melba y salieron a contarlo a sus amigos.
Manuel estaba feliz por ellas y solo les pidió que siguieran
escribiendo.
Un momento
… todas estaban felices excepto Clarita. Nicolás le preguntó a su amiga las razones de
su tristeza mientras caminaban por el jardín.
Todos los niños del hogar deseaban tener una casa para
siempre, hacer parte de buenas familias y ser muy felices, entonces Nicolás no
entendía la tristeza de Clarita.
Clarita prefirió callar y con una cariñosa despedida, le
pidió a su amigo un poco de tiempo para pensar y fue a su habitación.
Nadie podía imaginar lo que pasaba por el corazón de la niña,
pero lloró y lloró toda la noche. Al amanecer tenía los ojos rojos e hinchados.
La tía Francisca se preocupó al ver a Clarita cuando hacía la
fila para entrar al comedor, a la hora del desayuno.
Clarita quería mucho a la tía Francisca, porque era un poco
despistada, tanto que rayaba un poco con la locura, hasta el punto que sus
cabellos eran lo más parecido a un nido de pájaros despelucados, pero ella lo
disfrutaba la verse al espejo.
Sus labios eran siempre muy rojos, cantaba en compañía de su
guitarra todas las tardes.
La tía Francisca se acercó a ella con delicadeza y le
preguntó si estaba enferma. Clarita no
pudo contenerse y comenzó a llorar de nuevo.
Todas las amiguitas hicieron un círculo a su alrededor para
acogerla y tranquilizarla. Por fin pudo hablar.
Todos los niños quedaron atentos en sus mesas, esperando una
explicación.
Clarita contó a todos, su gran secreto:
No quería un nuevo
hogar
Al escuchar esto, todos quedaron sorprendidos y se miraban
unos a otros. Las tías levantaron sus
hombros y seguían escuchando.
Justo en ese instante entraba mamá Inés.
Clarita la miró y continúo revelando su secreto.
-
No
recuerdo el día en el que llegué aquí porque era muy pequeña, pero sé que he sido
muy feliz y no quiero una nueva familia. Este es mi hogar.
Mamá Inés se llevó sus manos al pecho y dejó correr algunas
lágrimas por su cara, los amiguitos de Clarita, aunque no entendían muy bien lo
que pasaba, se pusieron de pie y aplaudieron y sus amigas más cercanas la
abrazaron.
El jardinero que estaba mirando por la ventana sonrió. Él ya
sospechaba esta situación.
Doña Simona, la señora de la limpieza que era muy sensible,
echó a llorar desconsolada y las tías no pudieron contener la risa.
Rosabella, la cocinera dejó caer los
cubiertos de la emoción, al escuchar las bellas palabras de su princesa.
Desde aquel día todos comprendieron que Clarita ya tenía su hogar, que no necesitaría una nueva familia y que su casa de paso es su hogar definitivo.
Claudia Patricia Arbeláez Henao
Registrado conforme a la ley
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